La condición de mujer es tan ancha como el universo. No hay un solo tipo ni manera de serlo. Entender y respetar esa diversidad dentro del género, comprender las inequidades que se esconden tras los mandatos culturales, y apostar por una verdadera equidad, que se alce sobre las injusticias para garantizar derechos y oportunidades, son claves de una jornada como la del 8 de marzo, nacida para la reivindicación.
En Cuba, cuna de una Revolución feminista desde la raíz, hablar de mujeres remite a muchas de «corazón sagaz» que entregaron todo de sí en pos de «quehaceres más difíciles y superiores».
El atrevimiento de Ana, la dolorosa viudez de Amalia, la reciedumbre de Mariana, la maternidad de Manana desgajada en Punta Brava, la decisión de Haydee, la temeridad de Vilma, la operatividad de Celia, contribuyeron a un camino de independencia que no podría haber sido fundado si las mujeres hubieran permanecido de espaldas al sueño de la nación.
Son muchísimas las que se alzaron en la manigua, las que trabajaron en la emigración para reanudar la guerra, las sufragistas de la República, las clandestinas contra la dictadura, las que se sumaron a ser milicianas, a alfabetizar, a hacer un país nuevo todos los días.
También son muchísimas las que hoy contribuyen a sostener una Cuba signada por la hostilidad enemiga, y lo hacen desde el plano público o en la privada crudeza de los hogares. Los nombres de algunas pasarán a la historia, los de la mayoría permanecerán en el anonimato, pero no cabe duda de que su dignidad es la de un pueblo y su entereza la de un país.
Por eso sirve el Día de las mujeres, sí, para reconocer lo que se ha logrado –que es considerable– en paridad de salarios, en acceso a educación y empleo, en representatividad parlamentaria, en derechos sexuales y reproductivos, en materia legislativa, en respeto y reconocimiento…
Pero también es día para recordar que el machismo está fuertemente imbricado en nuestra cultura y no es posible aceptarlo como un mal natural; que la recarga doméstica de las mujeres no solo existe sino que es injusta; para entender que la violencia no es un fenómeno «en el que nadie se debe meter», sino un flagelo que a la sociedad en pleno toca abordar porque destruye vidas…
En un asunto tan complejo como lo es la inequidad de género, seguir revolucionando parece ser la clave para alcanzar cada vez más justicia social.
No es que hoy no puedan regalarse flores ni reconocer determinadas fortalezas, sublimidades o entregas; se trata de entender que para las mujeres sería mucho más fácil si desaparecieran las imposiciones del patriarcado, y que es vital en esta jornada reparar en que queda mucha lucha revolucionaria para todos los otros días. Una lucha de ellas y por ellas.