
Por: Karla Vigoa Marrupe. Estudiante de periodismo.
Como redactores fundamentales de la historia, encontramos a jóvenes investigadores que combinan moles de amor, con un poco de física y medicina, elevando así la calidad de vida en la población.
Desde los pilares de la revolución educativa, donde se ha cultivado el amor por la ciencia, hasta los importantes avances en biotecnología, el trabajo de estos jóvenes impulsa el país a un futuro mejor.
En prestigiosas instituciones como la Universidad de La Habana y el Instituto Superior Politécnico José Antonio Echeverría, no solo adquieren conocimientos, sino que también abrazan valores esenciales como solidaridad y compromiso social.
Este enfoque integral les inspira a contribuir al bienestar de su comunidad, transformando sus aspiraciones individuales en un legado colectivo que beneficie a todos.

La biotecnología es uno de los campos donde el impacto es más palpable. Desde la fundación del Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología en 1985, hasta el desarrollo de vacunas como Soberana y Abdala, los jóvenes científicos cubanos demuestran alto nivel al enfrentar desafíos globales en la salud pública.
Su trabajo no se limita a la producción de vacunas; sino que también innovan en tratamientos para patologías neurológicas, oncológicas, diabetes y soluciones nasales e intervienen en proyectos destinados a modernizar los planes de producción agrícola.
Sin embargo, el camino no siempre es fácil. A pesar de sus logros, enfrentan retos significativos, como el limitado acceso a tecnologías avanzadas y recursos financieros.
Pero el talento y perseverancia, junto a colaboraciones internacionales con diferentes países del orbe, abren nuevas oportunidades.
Hoy 15 de enero, Día de la Ciencia Cubana, reconocemos el aporte de quienes nos regalan su tiempo convertido en salud.