
Hoy la cultura cubana llora ante la pérdida de una de las figuras más relevantes de la literatura en la nación: Francisco López Sacha.
Más allá de la escritura, en él la música siempre tuvo un lugar especial. Fiel admirador de los Beatles, el talentoso narrador aseguraba que si no tenía nada personal que decir, no escribía; y si no había música, tampoco.
Admirador de autores como Cortázar, Carpentier, Chéjov, García Márquez y Tolstoi, el destacado intelectual era capaz de cautivar al auditorio más diverso con el poder de la palabra, involucrando a todos de manera encantadora al referirse a cualquier tema.

Su bibliografía cuenta con títulos como La división de las aguas, El cumpleaños del fuego, Análisis de la ternura, Dorado mundo, Pastel flamante, El que va con la luz, Prisioneros del rock and roll entre otros, en lo cuáles se desplazaba desde el realismo más creativo hasta temas eróticos.
Y es que, según criticos literarios, Sacha lograba en cada obra, captar con delicadeza los matices de la realidad y la subjetividad de sus personajes.
Colmado del cariño y admiración de sus lectores , el autor manzanillero, supo construir un universo literario en el que el lenguaje y la memoria se entrelazan con maestría inconfundible.
Sin dudas, su impronta como narrador y maestro deja una huella imborrable en las letras y la pedagogía artística cubanas.

Hoy que el escritor no nos acompaña, su legado permanecerá en cada una de las enseñanzas compartidas, sus anécdotas y en los corazones de quiénes admiraban su gran labor y cubanidad.