Es historia y también leyenda el recuerdo del momento de acabado del canto patriótico y de combate convertido, a principios del siglo XX de manera oficial, en el Himno Nacional de todos los cubanos.
La memoria siempre viaja a las horas triunfales del 20 de octubre de 1868, cuando el pueblo de la heroica villa suroriental festejaba en las calles y centro del poblado la toma de la ciudad 10 días después del Grito de Independencia dado por valientes cubanos en el ingenio Demajagua, en Manzanillo.
Entonces la enardecida multitud reclamó al compatriota y general mambí Perucho Figueredo poner letra a la melodía de la impetuosa marcha de combate compuesta por él en la noche del 13 de agosto de 1867, ya bastante conocida en las esquinas de la conspiración.
Cuentan que el multitudinario acto de júbilo ocurrió en áreas cercanas a la Iglesia Parroquial Mayor y Ayuntamiento de Bayamo, explanada reverenciada hoy como Plaza del Himno Nacional.
Y también se añade que, sin desmontar de su cabalgadura, allí mismo, Perucho fue escribiendo con sublime inspiración cada línea de las seis estrofas iniciales del himno. El pueblo coreaba y cantaba, y a los pocos días era sumamente conocido entre los bayameses que habían participado en la liberación de su urbe del yugo colonial, una condición mantenida a sangre y fuego hasta el 12 de enero de 1869.
Su llamado ferviente e inclaudicable al combate y su rítmica vivaz traspasaron pronto las fronteras regionales, por toda la Isla.
El detallado análisis a que se someten los hechos históricos poco debe importar ahora a los partidarios de esa bellísima leyenda, que no debe morir. Es decir, si Perucho había compuesto con previsión o no la letra desde antes y la dio a conocer luego allí, es lo de menos.
En definitiva, ese canto cristalizado en Himno de todos, reverenciado hoy también como suceso cultural emblemático es aún más que eso, al expresar la forma en que comenzó a nacer una nación vinculada a múltiples valores patrióticos y libertarios entre ellos.
Algo inspirador para los cubanos, los actos de heroísmo y júbilo de los bayameses, tienen probada verificación histórica, así como hay constancia de la autoría de la música y letra del canto por parte del prócer bayamés antes citado.
Precursor de la llamada Guerra de los 10 años (1868-1878), Pedro Felipe Figueredo y Cisneros fue miembro destacado de la Junta Revolucionaria de Bayamo, la cual había intensificado su labor conspirativa desde 1867, al igual que la de Manzanillo, encabezada por Céspedes.
El paisano de ambos y correligionario Manuel Muñoz había orquestado la música, presentada audazmente por vez primera ante un auditorio inaudito, la celebración religiosa del Corpus Christi, el 11 de junio de 1868, en la cual estaba presente la principal autoridad colonialista de la región, Julián Udaeta.
Al igual que el Padre de la Patria, Carlos Manuel de Céspedes, el autor del himno, había sido antes, lleno de gallardía, un joven patricio natural de esos predios.
Junto a otros próceres, entre los que hay que mencionar a Francisco Vicente Aguilera, Francisco Maceo Osorio, Donato Mármol y Bartolomé Masó en Manzanillo, eran protagonistas de corajudas acciones por aquellos días.
Más que librepensadores y amantes de la libertad románticamente, ya eran patriotas, con ideas políticas y emancipadoras muy definidas, esos vanguardistas de su clase y pueblo nuevo en fragua, quienes iniciaron gloriosamente la campaña por la soberanía de la nación.
Ellos veían en el colonialismo y la esclavitud el freno económico y social de su tierra.
Y aunque todavía todo el pueblo no había alcanzado la conciencia identitaria que se necesitaba, tales sucesos contribuían a la maduración de ese proceso que llevaría a la forja de la nacionalidad.
La apoteosis de la jornada del 20 de octubre de 1868 ha demostrado que en los criollos cubanos de entonces se expresaba, aunque de manera diferente y no tan visible, el sentimiento de pertenencia y amor que fueron raigales entre nosotros desde entonces.
Pero allí no solo había rebeldía justa, audacia, coraje; regían entre aquellos hombres y mujeres valores como la sed de justicia y un código moral de amplio espectro como la honestidad, la solidaridad, la entrega y el sacrificio.
De modo que al ser cultura en el verso y en la música, el Himno Nacional también lo era en la historia y en el crecimiento de la condición humana de los sujetos que lo crearon.
Por eso fue reconocido oficialmente en los albores del siglo XX como canto nacional. Luego, en jornadas finiseculares, la fecha que hoy se conmemora fue declarada como Día de la Cultura Nacional.
Ya se ve que el Himno de todos no nació en un día, sino en un proceso menor en el tiempo, es cierto, pero similar al que se produjo en la fragua de la identidad y nacionalidad cubanas, en el cual Bayamo devino cuna y crisol.
Junto a la bandera de la estrella solitaria y el escudo de la palma real, forma parte de la trilogía de los símbolos más sagrados de la Patria, reconocidos así por la Ley de la República de Cuba y decretos específicos, ratificados en sesiones parlamentarias.
Pero lo más hermoso de todo se expresa cuando al cantarlo o escucharlo se ensancha el alma cubana y laten con más bríos todos los corazones.
Crece entonces la voluntad de servicio incondicional a la Patria. Tales sentimientos marchan hoy de la mano.
Volviendo a los anales, la partitura original del Himno Nacional estuvo perdida, por lo cual, tanto texto como melodía sufrieron algunos cambios incluso desde tiempos iniciales.
De las seis estrofas originales se suprimieron las dos que mencionaban a España, porque el canto patrio de una nación no debe incluir referencias a otra, según la costumbre en ese tipo de composición.
Cuando aparecieron los documentos auténticos en 1983 el destacado musicólogo e investigador Odilio Urfé dio por terminada una acuciosa investigación que propuso la armonización actual del canto.
Se siguió utilizando el texto de cuatro estrofas que fuera el publicado por José Martí en el periódico Patria antes de iniciar la Guerra Necesaria del 95. (Marta Gómez Ferrals, ACN)