
En la Sierra Maestra. Junto a Fidel, los dirigentes Raúl Castro, Juan Almeida, Crescencio Pérez, Ernesto Che Guevara y Guillermo García, entre otros.. Foto: Tomado de La Demajagua.
Por: Mario Ernesto Almeida Bacallao | internet@granma.cu
Uno quiere transformar mundos, enamorar personas, dialogar con gentes, pensar en la anécdota… no como mero recuerdo y sí como metáfora/herramienta para el día de hoy y el inmediato mañana. Y, si se puede, para el «un poco después».
«¡Lo que pasó, pasó!», esgrimirán los puristas del pasado. Pero nosotros, que ya estamos un poco de regreso de determinadas cosas, cosos y falacias, sabemos que el «suceso», como organismo histórico e historizado e historizable, tiene múltiples dimensiones, y no pocas de ellas, quizá todas, con alto grado de subjetividad.
Hablemos de Cinco Palmas: el lugar, el hecho, el instante, los fusiles, la frase… y propongamos un método, otro más de tantos, para repensar y regenerar la utopía.
Hay quien va por la vida en busca de la señal metafísica que lo avale como elegido o lo consuele como «no electo» en el histograma de la presuntamente infinita existencia. Eso tiene riesgos y, fundamentalmente, uno, que es el de la inmovilización.
Resulta harto peligroso esperar por que se alineen los planetas o por que se mueva la cortina sin viento o por que se caiga el búcaro… para decidir ser justo o justa. A unas cuantas personas, en cualquier circunstancia y lugar, les conviene que así sea, porque la vida suele ser más «fácil» –en apariencia– cuando nada se mueve: ni los búcaros, ni las cortinas, ni los planetas.
Apostemos, pues, por el movimiento consciente y salvador y asumamos que nada está dado, ni ahora ni en Cinco Palmas (1956, provincia de Oriente, Cuba).
Entendamos que el «¡Ahora sí ganamos la guerra!» es una profecía si –y solo si– se gana la guerra, y que la guerra, ni en los tiempos de Troya, se ganaba o perdía solo a base de suerte, augurios o ayuda de dioses.
Desde Troya, desde la trágica derrota de Troya, siempre hubo más, como también antes y después de Cinco Palmas. Más allá de las suertes, la voz definitiva la han tenido las decisiones y los hechos subsecuentes de esas decisiones, con el mito incluido, no hay duda, pero entendiendo que la misma apropiación y construcción del mito es una voluntad política.
Quien quiere ganar –y hace falta ganar– tiene que inventarse –a «Dios» gracias– su propio marco de interpretación.
«Señales» para la retirada, y muchas, había en Cinco Palmas: la recala de tres revoluciones traicionadas, la decepción y el choque ante los límites de una República burguesa, un partido político que demostró que con la vergüenza se le podía ir en contra al dinero, pero que demostró también que hacía falta un poco más, una derrota militar en el Moncada, los asesinatos, la prisión, el exilio, el compañero al agua, la marejada, la llegada a destiempo, la tristeza cruda de Alegría de Pío, el hambre del monte…
Y, sin embargo, Cinco Palmas, que, más que una premonición, fue una decisión berrinchuda de elegir la suerte, de apostarlo todo a ella, de construir la metáfora, de prometerle un futuro al mito, y de entender y asumir que la historia no es solo para leerla, que hay que parirla… y que la justicia no es una entelequia, pero sí un camino, que se elige, se defiende y se inventa, por los «elegidos» y por los que no, mientras se grita, como aquel gato verde de Jorge Oliver en su primer y prematuro salto: «¡A mí, Plin!»