
Por: Anaisis Hidalgo Rodríguez
Hoy, entre las paredes del Museo Ñico López —antes fortaleza, ahora santuario—, la voz de Elena Martínez, guardiana de estas piedras por tres décadas, devuelve al presente aquella madrugada donde 21 jóvenes se convirtieron en semillas.

El plan era audaz: tomar el cuartel bayamés, volar los puentes sobre el Cauto y estrangular los refuerzos enemigos hacia Santiago. Raúl Martínez Arará y sus compañeros esperaban en el Gran Casino —fachada de un negocio de pollos— la señal. Pero la traición de un guía truncó la estrategia.
“Cuando intentaron infiltrarse por la retaguardia, el crujir de latas vacías los delató. Una voz alto rompió el silencio, y en veinte minutos de fuego cruzado, el factor sorpresa se esfumó como humo.
“Aunque el combate directo no cobró vidas, la dictadura desató después una cacería: diez jóvenes —Mario Martínez Arará, José Testa Zaragoza, Rafael Freyre Torres y otros— fueron ejecutados sin piedad. Entre los sobrevivientes, Andrés García Díaz, dado por muerto, se presentó después como testigo de la barbarie en el juicio del Moncada”, expone Elena Martínez Martínez.
Este cuartel, que hoy alberga filarmónicas, carnés y uniformes de los mártires, es un manuscrito de luchas. Sus muros, que en 1868 vieron arder Bayamo, en 1953 se convirtió en crisol de una nueva rebeldía.

Aunque la acción fracasó militarmente, Fidel Castro lo llamaría después “el motor pequeño” que encendió el gran motor revolucionario. Prueba de ello es el testamento de Ñico López —cuyas pertenencias se conservan aquí—, firmado en México antes del Granma:
“Seguiremos hasta la libertad o la muerte”.
En diciembre de 2016, las cenizas de Fidel descansaron en este museo, bajo mesas de mármol que imitan sus grados de Comandante. Elena recuerda cómo el pueblo, con velas y fotos, veló al líder en el mismo lugar donde décadas antes se había escrito el prólogo de su epopeya.

Hoy, mientras Moncada eclipsa el relato, Bayamo persiste como un susurro en la gran sinfonía revolucionaria: un recordatorio de que los sueños, incluso rotos, labran el futuro.