
Por: Aldo Daniel Naranjo (Historiador)
Cuando escribió su poema dramático Abdala, se sintió identificado con aquel guerrero nubio que entregó su vida por la libertad de su patria. En México escogió como seudónimo Orestes para firmar sus crónicas, aquel que vengó la muerte de su padre. Siempre sostuvo sus ideas como una obsesión, ese claro sentido de la vida puesta al servicio del bien.
Pero las ideas y proyectos esenciales no quedaron germinando en lo hondo de su alma, sino que los expuso por medio de sus escritos, de su prédica constante, de su infatigable actividad patriótica y revolucionaria. En su apostolado atraía a todo cubano honrado y digno, a todo el que sintiera con ímpetu el anhelo de ver a Cuba libre.
LA UNIDAD REVOLUCIONARIA Y LA GUERRA NECESARIA
A todos convidaba a dar la última ofensiva en la Guerra Necesaria que fraguaba, todos en un mismo abrazo emancipador: los viejos veteranos de la Guerra Grande y los jóvenes, los “pino nuevos” que anhelaban, impacientes, entrar en combate. Su elocuencia arrebatada y pasional conmovía y dominaba. La magia de su palabra, profunda y sincera, convocadora y rebelde, llegaba como un fulgor nuevo a los corazones patrios. Las intrigas fracasaban ante su persuasión, los ambiciosos y envidiosos deponían sus malas artes captados por su voz entusiasta y optimista.
El último lustro de su vida estuvo colocado bajo el signo de la urgencia más absoluta. Instuía que había llegado la hora para concluir su gran faena propagandística. Viajó por Santo Domingo, Haití, Jamaica, Costa Rica y México. Gómez aceptó la jefatura del Ejército Libertador, Antonio Maceo y Flor Crombet condición una expedición al oriente cubano.
Creó el periódico Patria, el 14 de marzo de 1892, con el objetivo de redoblar la campaña separatista, enfrentar con la verdad las mentiras del absolutismo español y denunciar el papel negativo del movimiento autonomista. Dentro de sus páginas refulgía el Himno de Bayamo, inspirador y combatiente.
Casi un mes después, el 10 de abril 1892, fue proclamada la Constitución del Partido Revolucionario Cubano con los objetivos de “lograr la independencia absoluta de la Isla de Cuba y fomentar y auxiliar la de Puerto Rico” y la elección de Martí como Delegado del mismo.
TODO LISTO EN MANZANILLO Y BAYAMO
En junio de 1894, durante su estancia en Jamaica, escuchó de viva voz de algunos manzanilleros de visita en Kingston, el catalizador revolucionario en Manzanillo, Bayamo, Campechuela, Yara y otros puntos. Bartolomé Masó Martí (Bartolito), sobrino del general Masó, le contaba que el bravo yarense andaba apurado, secundado por hombres de su misma estirpe patriótica.
Esta información sobre la buena marcha de la labor organizada por Bartolomé Masó, le provocaron mucho entusiasmo. Animado por estas noticias, Martí escribió con mucha complacencia al general Antonio Maceo que mediante los relatos de los vecinos de Manzanillo se veía bullir toda aquella comarca y le aleccionaba: “No hay rincón por allí sin su jefe, y su gente, y el estado de decisión, y ferviente espera por nosotros, es realmente tal que no justifica ya mayor demora. Es la última situación, felizmente madura para lo que enseguida vamos a crear”.
Esa misma madrugada, todavía le alcanzó el tiempo para escribir una misiva extensa al general Máximo Gómez, en la que, entre muchos detalles, le esbozó una conclusión decisiva: “Creo de veras muy llegada nuestra hora”.
No hay dudas de que la tradición de lucha de los manzanilleros y el deseo de irse de nuevo al monte, incluso sin esperar las orientaciones del exterior, impuso a Martí sobre la oportunidad de desencadenar, en 1895, la Guerra Necesaria. En tal sentido, manifestó a Gómez en la citada carta: “Yo no veo qué nos impida, a su orden de Vd., despachar a la vez el buque de Vd., el de Maceo, el de Las Villas, calculado de manera que su alijo siga de cerca y casi coincida, con estos dos, y la orden para Mariano de Jamaica”.
LA ORDEN DE ALZAMIENTO A CUBA
La enérgica voluntad de sacrificio de Martí advertía los horizontes luminosos de su deber y el valor de la entrega de su vida a empresa tan extraordinaria. Sabía de su deber y no lo rehuía.
El fracaso del “Plan de Fernandina”, en enero de 1895, no le arrendó el ánimo, por el contrario, lo impulsó adelante. Por fin, unos días después dio las órdenes a los jefes principales en Cuba, Juan Gualberto Gómez, Guillermo Moncada y Bartolomé Masó, para disponer el estallido bélico en la segunda quincena de febrero. Más brioso que nunca, el 21 de enero de ese año, embarcó para Santo Domingo. El abrazo con el general Gómez era necesario y promisorio. En tanto, en Cuba, el 24 de febrero volvían a tronar los fusiles y a sentirse el zigzag de los machetes redentores.
Todavía en tierra dominicana, el 25 de marzo, junto a Gómez, preparó el Manifiesto de Montecristi, un verdadero programa de la revolución independentista y de visión del presente y del futuro de Cuba.
En esta misma a fecha escribió su última carta a su madre Leonor Pérez: “Ud. se duele en la cólera del amor, del sacrificio de mi vida; y ¿por qué nací de Ud. con una vida que ama el sacrificio? Palabras, no puedo. El deber de un hombre está allí donde es más útil”.
No dudó en organizar su partida para el campo insurrecto en Cuba con una firmeza y la dignidad de un combatiente espartano. Bien sabía lo que significaba ese viaje a la ebullición de la guerra. En cartas y documentos de ese tiempo aparecen todas sus motivaciones. No quería entrar a la historia con un dedo en alto.
Consciente de las jornadas trascendentes que vivía, comenzó a escribir un diario de campaña, en su letra menuda y clara y una ortografía impecable. Son notas apretadas, escuetas, libres, llenas del espíritu y la savia cubana.
EN LOS CAMPOS DE CUBA LIBRE
El arribo a Cuba se produjo en bote, lanzado al agua desde un barco, por playita de Cajobabo, a tres kilómetros al sur de Imías, en la costa sur de Guantánamo, el 11 de abril. Eran seis hombres: Martí, los generales Máximo Gómez, Francisco Borrero y Ángel Guerra, Marcos del Rosario y César Salas Zamora.
A medida que se adentraban en la campiña sentían el ruido de las peleas y el rostro rebelde de las partidas levantiscas. Por sus grandes méritos al servicio de la causa, Máximo Gómez y los demás generales le ascendieron, el 15 de abril, al grado máximo de Mayor General del Ejército Libertador.
En el demolido ingenio azucarero La Mejorana, cerca del poblado de San Luis, el 5 de mayo, Martí y Gómez se reunieron con el general Antonio Maceo. Entre los acuerdos estuvieron: extender la guerra a todo el país debido al fracaso de los planes de alzamiento en Occidente y que Martí regresase a los Estados Unidos para organizar el envío de expediciones armadas.
Los debates más agudos los generó la estructuración del poder civil. Martí y Gómez coincidían en un equilibrio entre los poderes civil y militar; sin embargo, Maceo proponía como máximo órgano de la revolución una junta de generales con mando.
Pero el Delegado no quería abandonar la amada Isla sin dejar constituido el Gobierno insurrecto. Quería reunir una asamblea constituyente. Por tanto, Martí y Gómez partieron hacia el valle del Cauto en busca del general Masó, a quien pensaban localizar en la comarca de Manzanillo.
No solamente reconocía en él su valor personal y sus abnegaciones, sino su alto significado político y moral para la Revolución. En una carta a Masó le planteaba: “A esas ideas públicas, de que el General y yo hablamos sin cesar, he de unir un muy vivo deseo mío de responder en persona a la carta y estimación de un hombre en quien veo enteras la abnegación y la república de nuestros primeros padres, y la energía moral que cerró el paso a las debilidades, y al impúdico consejo, en estos primeros meses delicados de nuestra resurrección”.
EN TIERRAS DE JIGUANÍ
Desde el 10 de mayo Martí y Gómez anduvieron por tierras de Jiguaní. Estuvieron en La Travesía, La Jatía y Dos Ríos y Las Bijas, siempre rumbo al encuentro con Masó.
El 15 de mayo, le escribió a Masó sobre la importancia de celebrar, lo más pronto posible, una entrevista. Le fue preciso: concebir en conjunto todos los detalles de la Revolución. Y, le agregaba: “Ya, al lado de Vd., se puede ensanchar la obra, y decir algo más al país, sin cesar de andar”.
Por fin, en la noche del 18 de mayo se produjo la anhelada llegada del general Bartolomé Masó. El batallador combatiente y Martí se fundieron en un abrazo. Ambos tuvieron la infinita satisfacción de conocerse personalmente. En medio de un rancho, bajo la luz se unas velas, conversaron de los urgentes temas de la contienda sobre todo sobre la organización del gobierno insurrecto.
En tanto, el Apóstol aprovechó el poco tiempo disponible para escribir a su amigo mexicano Manuel Mercado y plantearle ideas tan visionarias como la lucha contra las apetencias expansionistas de los Estados Unidos. Después de redactar algunas cuartillas, al amanecer hizo un alto para ir al encuentro con el general Masó.
Por eso, el 19 de mayo, volvieron a encontrarse en el campamento de La Vuelta Grande, en la orilla izquierda del Contramaestre. Allí Gómez, Masó y Martí pronunciaron encendidos discursos. En el suyo el Apóstol aseveró que la Revolución triunfaría por la abnegación y el heroísmo de los cubanos en armas, por su capacidad de sacrificio y el decoro. Aquellas palabras dichas con emoción, arrancaba aplausos continuos. En un rapto de profundo patriotismo exclamó: “Por la causa de Cuba, dejaré que me claven en la cruz”.
Minutos después las tropas insurrectas fueron organizadas por el general Gómez para partir hacia Dos Ríos, por donde merodeaba una columna española. Durante el enfrentamiento, a la 1:00 de la tarde, Martí cayó herido por tres balas de cara al sol. Entregaba su vida combatiendo en la primera línea de fuego por la libertad de su patria.
LA GRANDEZA MARTIANA
En José Martí los cubanos tenemos un modelo, un ejemplo. La misión de su vida rindió colosales frutos. Sus palabras y hechos quedaron como testimonios de la pasión y de la entereza de un revolucionario que lo entregó todo por la felicidad de su pueblo.
La obra martiana sigue siendo pauta de conducta, preceptos de cubanía, fórmulas de superación individual y colectiva. Su ideario es un monumento a la grandeza… constituye un orgullo de su patria y viven en el corazón de su pueblo.
FUENTES: Enrique Ubieta: Efemérides de la Revolución cubana (1911); Máximo Gómez: Diario de campaña, (1940); Manuel Piedra Martel: Memorias de un mambí (1968); Rolando Rodríguez García: Dos Ríos: a caballo y con el sol de frente (2001); José Martí: Diarios de campañas (2007); e Ibrahim Hidalgo: Cronología de José Martí 1853-1895 (2018).