China y Cuba unen fuerzas en la investigación del cerebro: una alianza científica para la salud global

En un gesto que refuerza los lazos de cooperación internacional, China reconoce la valiosa contribución de la ciencia cubana, en las investigaciones sobre el cerebro y las neurociencias. Muestra de ello, es la repercusión de la respuesta del presidente de la República Popular de China, Xi Jinping, a la carta que le envió el neurocientífico Pedro A. Valdés Sosa, sobre las oportunidades de los proyectos en curso.

China ha reclutado un talento notable en el científico de 74 años, dicen sus colegas. Foto: Archivo.

Ambos países han destacado que la combinación de recursos, tecnologías y conocimiento científico permitirá abordar con mayor eficacia desafíos como las enfermedades neurodegenerativas, los trastornos neurológicos y el desarrollo de terapias innovadoras.

La colaboración entre Cuba y China, no solo es un ejemplo de solidaridad, sino una apuesta por la ciencia al servicio de la humanidad. La sinergia entre el expertise cubano en biotecnología y el avance tecnológico chino potenciará resultados de alto impacto.

Con proyectos conjuntos ya en marcha, ambos países reafirman su compromiso de priorizar la salud global a través de la innovación y la cooperación Sur-Sur. 

Ese vínculo lo reconoció la revista internacional ScienceInsider, una de las más prestigiosas publicaciones sobre noticias y análisis relacionados a la política científica y la comunidad investigadora internacional.

Cuando el neuroinformático cubano Pedro Antonio Valdés Sosa escribió en octubre de 2023 a Xi Jinping, líder de China, elogiando la incipiente colaboración de las dos naciones comunistas en ciencias del cerebro, no esperaba una respuesta. Pero el elogio de Valdés Sosa a la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI), un esfuerzo de infraestructura global de 1,3 billones de dólares y el medio emblemático de China para proyectar poder blando que elogió como una “idea perspicaz e innovadora”, tocó la fibra sensible en Beijing.

La semana siguiente, Xi respondió a su “compañero”, señalando que el “objetivo final” de la BRI es “explorar nuevas medidas para los países amigos en su búsqueda de un desarrollo común”. Los presentadores de televisión chinos leyeron la carta de Xi en su totalidad al aire, y Valdés Sosa se convirtió en una especie de celebridad en Chengdu, la ciudad en el suroeste de China donde actualmente dirige un laboratorio.

Para China, el intercambio público dio un giro positivo a la BRI, creada hace 12 años y que ha financiado la construcción de carreteras, ferrocarriles, centrales eléctricas y puertos en todo el mundo. Pero China también ha buscado cada vez más utilizar la iniciativa para fortalecer los vínculos científicos y tecnológicos con los casi 150 países que participan en ella.

Y la inauguración en diciembre de 2024 del Laboratorio Conjunto China-Cuba de la Franja y la Ruta sobre Neurotecnología y Comunicación de Aparatos Cerebrales en la Universidad de Ciencia y Tecnología Electrónica de China (UESTC), que codirige Valdés Sosa, pone de relieve cómo China continúa buscando alianzas de investigación extranjeras incluso cuando Estados Unidos toma medidas para restringir los programas de asistencia extranjera y la cooperación científica internacional.

“China está invirtiendo en ciencia en el extranjero y nuestra respuesta es fracasar”, dice el biólogo molecular de la Universidad Johns Hopkins Peter Agre, premio Nobel y practicante de la diplomacia científica. Él y otros observadores temen que una mayor retirada de Estados Unidos del escenario científico global pueda impulsar una rápida expansión del poder blando chino.

China ha reclutado un talento notable en el científico de 74 años, dicen sus colegas. Valdés Sosa y su hermano gemelo, también neurocientífico, nacieron en Chicago antes de que sus padres trasladaran a la familia a La Habana en 1961, después de que Fidel Castro tomara el poder. “Soy comunista y no me avergüenzo de ello”, dice Valdés Sosa.

En la carrera por desarrollar talentos locales, los precoces hermanos completaron la escuela secundaria en 2 años y, a los 16 años, comenzaron a estudiar medicina en la Universidad de La Habana. Las matemáticas y la informática eran puntos fuertes para ambos, y en 1978, cuando tenía 28 años, Valdés Sosa viajó a Riga, Letonia, entonces parte de la Unión Soviética, para mostrar un sistema de electroencefalograma digital (EEG) basado en una computadora que los hermanos habían desarrollado. “La computadora cubana dejó boquiabiertos a los rusos”, afirma Valdés Sosa. “Eran fuertes en teoría, pero tenían computadoras bastante malas”.

Después de que el colapso soviético en 1991 dejara a Cuba a la deriva, los gemelos pusieron sus habilidades matemáticas en uso pacífico. Fundaron el Centro Cubano de Neurociencia, que obtuvo elogios por una prueba para detectar la pérdida auditiva en bebés. Valdés Sosa se especializó en EEG, una de las primeras tecnologías de monitoreo del cerebro que finalmente fue eclipsada por otros métodos, como la resonancia magnética funcional (fMRI).

Pero bajo el embargo de décadas a Cuba, Estados Unidos prohibió la exportación de máquinas de resonancia magnética funcional y otros dispositivos avanzados a Cuba. “Queríamos enviarle una resonancia magnética funcional” que la Universidad de California en Los Ángeles se ofreció a donar, pero no pudimos obtener una licencia de exportación, dice Mark Rasenick, neurocientífico de la Universidad de Illinois en Chicago. El Departamento del Tesoro de Estados Unidos, dice, “afirmó que las máquinas podrían usarse como armas”.

En 1993, Valdés Sosa pidió a Alan Evans, un destacado neurocientífico de la Universidad McGill, que compartiera datos de mapeo cerebral por resonancia magnética para que los cubanos pudieran escribir algoritmos para extraer más información de los EEG.

“Cuando Pedro regresó aproximadamente un año después y me mostró lo que habían hecho con esos datos”, dice Evans, “fue uno de los momentos más impactantes de mi vida investigadora”. Los algoritmos cubanos habían permitido a los investigadores construir mapas cerebrales sofisticados a partir de datos de EEG. “Estos mapas parecen imágenes PET”, dice Evans. “Fue una bofetada. Pensé: Estas personas son realmente buenas”.

Valdés Sosa visitó China por primera vez en 2011, donde conoció a un espíritu afín, el neurocientífico de la UESTC Yao Dezhong, también especialista en EEG. Unos años más tarde, la UESTC reclutó a Valdés Sosa a través de su Programa Mil Talentos.

Desde su posición en Chengdu, capital de la provincia de Sichuan, Valdés Sosa cofundó con Evans el Global Brain Consortium, una red de neurocientíficos en 27 países. “La premisa fundamental es la democratización de la neurociencia, de modo que los científicos de los países de ingresos bajos y medios puedan tener acceso a datos y herramientas” para abordar las disparidades en la salud del cerebro, dice Evans.

El nuevo laboratorio BRI, formado por unos 100 miembros y codirigido por Yao, se basará en el trabajo del consorcio, utilizando inteligencia artificial para investigar enfermedades neurodegenerativas y otras enfermedades cerebrales y construir un depósito global de datos sobre la salud del cerebro, dice Valdés Sosa. (Otros laboratorios conjuntos de la BRI incluyen uno para la conservación del agua en Egipto y otro para la energía hidroeléctrica en Pakistán).

El estatus de laboratorio de la BRI permitirá al equipo cubano-chino solicitar subvenciones chinas para proyectos que involucren a otros países de la BRI, comenzando por aquellos en América Latina. Valdés Sosa también está interesado en forjar alianzas con científicos estadounidenses y europeos cuyo trabajo internacional está naufragando en el cambiante panorama geopolítico, a pesar de que “el sistema occidental para introducir la ciencia en la sociedad está en quiebra”, afirma Valdés Sosa.

Las tensiones globales pueden obstaculizar tales propuestas, dice el científico ambiental Peng Gong, vicepresidente de la Universidad de Hong Kong. “Pero se debe alentar a los científicos individuales que no tienen restricciones a unirse” a los proyectos BRI.

Manfred Horvat, experto en política científica de la Universidad Tecnológica de Viena, está de acuerdo con esa idea. Sin embargo, dice Horvat, quien con Gong en 2019 escribió un editorial en Science llamando a China a involucrar a la comunidad científica global en la implementación de la BRI, sentar las bases para tal compromiso en el clima actual “sin duda sería difícil”.

Y Evans dice que cuando se trata de asociaciones científicas entre superpotencias, “en este momento lo que está sucediendo es un ajedrez muy complejo y de cuatro dimensiones”.

(Con información de BioCubaFarma y ScienceInsider)

Cubadebate

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