Wangiri: La estafa que secuestra nuestra curiosidad

El modus operandi del wangiri, un fraude que, pese a llevar décadas operando, ha perfeccionado su estrategia actualmente. Ya no se limita a números exóticos y obvios: los estafadores ahora se valen de ingeniería social y tecnología para imitar llamadas legítimas —desde supuestas ofertas laborales hasta alertas bancarias—, explotando la natural tendencia humana a responder a lo que parece urgente o relevante. Lo que antes era un timbre desde un prefijo sospechoso, hoy puede ser una llamada perdida extremadamente similar a las que recibimos diariamente de servicios, contactos o instituciones.

Hola mis estimados lectores, supongamos por un momento que estamos saliendo de una clase o del trabajo, y de momento nuestro teléfono móvil vibra con una llamada de un número desconocido. Como no la alcanzas a contestar, solo ves la notificación: “Llamada perdida: +44 789…”. Instantáneamente nos despierta la curiosidad de saber quién nos llamó, hasta podríamos pensar: “¿Quién me habrá marcado desde el extranjero? ¿Googlearé a qué país pertenece esta llamada? ¿Será ese amigo cercano con que siempre compartíamos un meme o alguna historia y lamentablemente del cual habíamos perdido su rastro? ¿O acaso será un error?” Movido por la intriga, devuelves la llamada. Y en ese momento, sin saberlo, acabas de pagar un monto completamente exagerado por unos segundos de conexión.

Este es el modus operandi del wangiri, un fraude que, pese a llevar décadas operando, ha perfeccionado su estrategia actualmente. Ya no se limita a números exóticos y obvios: los estafadores ahora se valen de ingeniería social y tecnología para imitar llamadas legítimas —desde supuestas ofertas laborales hasta alertas bancarias—, explotando la natural tendencia humana a responder a lo que parece urgente o relevante. Lo que antes era un timbre desde un prefijo sospechoso, hoy puede ser una llamada perdida extremadamente similar a las que recibimos diariamente de servicios, contactos o instituciones.

Pero esto no es solo un problema de “abuelitos que caen en fraudes”. Desde hace dos años, se ha reportado un aumento considerable en denuncias por wangiri en jóvenes entre 18 y 35 años. ¿Cuál es el principal motivo? Los ciberdelincuentes ahora usan técnicas de Inteligencia Artificial para generar llamadas personalizadas, spoofing para falsificar números locales, y hasta bots que marcan aleatoriamente hasta que alguien cae en la estafa.

El wangiri (término japonés que significa “un timbre y se cae”) no es nuevo. Nació en los años 90, cuando las líneas premium eran un negocio lucrativo. Pero con la caída de los teléfonos fijos, muchos pensaron que esta estafa moriría. Un gran error. Los criminales la adaptaron a la era móvil, y hoy es más peligrosa que nunca por tres razones:

  • El spoofing engaña hasta a los más cuidadosos: Antes, los números sospechosos tenían prefijos obvios (+232, +881). Hoy, los atacantes enmascaran sus llamadas para que parezcan locales. ¿Recibiste una llamada “perdida” de tu misma ciudad? Podría ser wangiri.
  • La psicología de la urgencia y la curiosidad: Los jóvenes son blancos perfectos porque están acostumbrados a recibir llamadas de bancos, apps o empleadores. Un estudio de Kaspersky Lab reveló que el 68% de los jóvenes hoy día devuelven llamadas de números desconocidos “por si acaso”.
  • El negocio es global y lucrativo: Las bandas detrás de esto operan desde países con regulaciones laxas. Cobran comisiones absurdas por segundos de llamada, y las telefónicas a veces tardan meses en reembolsar a las víctimas.

La presunción de invulnerabilidad es el primer eslabón que los defraudadores rompen con gran precisión. Detrás de cada llamada perdida aparentemente inocente se esconde un elaborado teatro psicológico donde los estafadores alternan los roles de autoridad, aliado o víctima para anular nuestro juicio crítico.

La sofisticación actual de estos esquemas lo ha convertido en una forma de arte oscura donde la tecnología amplifica los instintos humanos más vulnerables.

El teatro de la urgencia institucional opera con guiones cuidadosamente diseñados. Pudiera empezar todo con una simple llamada fantasma que simula ser del departamento comercial de nuestro banco, con un mensaje robótico pero convincente que alerta sobre movimientos sospechosos en nuestra cuenta. El detalle revelador -y a la vez genialmente perverso- es que nunca mencionan nuestro nombre real. Este vacío deliberado activa nuestro sesgo de completar patrones: “Deben ser del banco, tendré que devolverles la llamada”.

La máscara de la oportunidad laboral se ha refinado hasta volverse indistinguible de la realidad. Los estafadores ahora investigan sectores con alta demanda laboral -tecnología, salud, servicios remotos- y personalizan sus ataques. Una grabación de voz menciona específicamente “su perfil en LinkedIn para la vacante de desarrollador backend”. La Universidad de Cambridge demostró en un experimento controlado que el 68% de profesionales menores de 45 años devolvieron llamadas cuando creyeron que era un reclutador legítimo.

El secuestro emocional representa la variante más cruel. Bandas organizadas han perfeccionado llamadas que imitan el llanto de un niño seguido de un adulto que grita “¡Mamá, ayuda!” incluso en español. Estos casos explotan el pánico visceral y el instinto de protección. Las víctimas que devuelven la llamada escuchan una grabación prolongada diseñada para mantenerlos en línea mientras se acumulan cargos de hasta 50 dólares por minuto.

La evolución tecnológica ha eliminado las últimas barreras de desconfianza. Con herramientas de inteligencia artificial, los criminales pueden clonar voces humanas a partir de muestras públicas disponibles en redes sociales o videos corporativos.

La ilusión de localidad completa el engaño. Gracias a estas ténicas avanzadas, ahora vemos llamadas perdidas que aparecen con prefijos locales, nombres de negocios conocidos e incluso falsos identificadores de servicios de mensajería. Debo advertirles que, según estadísticas internacionales el 82% de los usuarios considera seguras las llamadas que muestran identificadores familiares, sin saber que esta información pudiera falsificarse.

Estos mecanismos no operan aislados, sino como una coreografía donde cada movimiento está calculado. Primero la intriga con una llamada perdida, luego el refuerzo con un SMS aparentemente relacionado, después la presión social con múltiples intentos en corto tiempo. Es una sinfonía de manipulación donde la víctima, sin darse cuenta, empieza a dirigir la orquesta hacia su propio perjuicio financiero.

La defensa contra este engaño estratificado requiere más que escepticismo: exige comprensión de estos patrones y la disciplina férrea de nunca devolver llamadas no solicitadas. Si es importante, te contactarán otra vez. La verdadera protección comienza al aceptar que todos somos vulnerables a estas narrativas perfectamente adaptadas a nuestras psicologías individuales y contextos sociales.

Y tampoco de se trata de dejar de usar el teléfono, sino de adoptar hábitos simples:

  • Verifica por otros medios: Si crees que es legítimo (ej. un banco), busca el número oficial en su web y llama tú.
  • Denuncia: Reporta los intentos a nuestra operadora telefónica

Ahora bien, ¿creen que esto llegará a las redes sociales?

La próxima evolución del wangiri no es una posibilidad, sino una certeza que ya muestra sus primeros síntomas. Las redes sociales y aplicaciones de mensajería se presentan como el campo de cultivo ideal para esta estafa, ofreciendo a los defraudadores herramientas más sofisticadas y un acceso más directo a potenciales víctimas. Plataformas como WhatsApp, Telegram e incluso servicios de videollamadas como Zoom o Teams están siendo probadas como nuevos vectores de ataque, donde las fronteras entre comunicación legítima y fraude se difuminan peligrosamente.

Esta migración hacia entornos digitales representa un desafío sin precedentes para las medidas de seguridad tradicionales. Las soluciones que funcionaban para el wangiri telefónico (como el bloqueo de prefijos internacionales) resultan inútiles frente a estas nuevas variantes. La defensa efectiva requerirá una combinación de educación del usuario, verificación multifactorial y, crucialmente, la cooperación de las plataformas digitales para identificar y bloquear estos patrones de ataque emergentes.

El wangiri del futuro no sonará como una llamada perdida tradicional, pero aprovechará los mismos principios psicológicos que lo han hecho efectivo durante décadas: la curiosidad, el sentido de urgencia y la confianza en los canales de comunicación establecidos. La diferencia estará en su capacidad para camuflarse perfectamente en nuestros hábitos digitales cotidianos, haciendo que la línea entre interacción legítima y fraude sea casi imperceptible. Esta evolución no es una proyección distante, sino un proceso que ya está en marcha, y que requiere nuestra atención inmediata como usuarios y como sociedad digital. La batalla no terminará pronto, pero la conciencia es el mejor antivirus. La próxima vez que tu celular suene con un número desconocido, recuerda: a veces, el silencio es la mejor respuesta. Nos vemos la próxima semana.

Cubadebate

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