Cuando el alba tocó los muros del Moncada

El asalto a los cuarteles Moncada, en Santiago de Cuba, y Carlos Manuel de Céspedes, en Bayamo, abrió una nueva etapa de combate contra la oligarquía y el imperialismo y destacaron la acción armada como medio principal de lucha.

Fotos: Tomadas del Escambray

Por: Anaisis Hidalgo Rodríguez

Aquel 26 de julio del 53, cuando el alba aún rozaba tímidamente los muros del Cuartel Moncada en Santiago de Cuba, y el cuartel Carlos Manuel de Céspedes, en Bayamo, un grupo de jóvenes, con el corazón henchido de utopías y fusiles, decidieron escribir su nombre en la historia con tinta y heroicidad.

Fidel y Raúl Castro, como dos antorchas guiando a la Generación del Centenario —llamada así en homenaje a José Martí—, intentaron arrancar de cuajo las raíces podridas de la dictadura de Fulgencio Batista. No fue solo un asalto a una fortaleza militar, sino un gesto desesperado contra la noche que ahogaba a Cuba.

PRELUDIO Y PLAN

El golpe de Estado de Batista el 10 de marzo de 1952 generó tensiones políticas y sociales en el país, lo que motivó a estos jóvenes, denominados la “Generación del Centenario” en honor al natalicio de José Martí, a organizar estos asaltos con el fin de tomar armas, convocar a una insurrección popular y una huelga general para derrocar la dictadura.

Los jóvenes de la Generación del Centenario, como semillas bajo el asfalto, encontraron en la rebelión su único camino hacia la luz. El plan: tomar el Moncada, el segundo bastión militar del régimen, y junto a él, el Hospital Civil y el Palacio de Justicia —símbolos de un pueblo enfermo y encadenado—, para armar al pueblo y prender la mecha de la insurrección.

Los preparativos del asalto al Cuartel Moncada se extendieron durante más de un año, marcados por una labor paciente, abnegada y meticulosa, dirigida personalmente por Fidel Castro y un reducido grupo de sus más leales compañeros.
Desde la recaudación de fondos —obtenidos mediante los escasos recursos de los propios integrantes— hasta la adquisición del modesto armamento que, pieza a pieza y por distintas vías, fue trasladado en secreto a Santiago de Cuba y Bayamo para la acción decisiva.

Fotos: Tomadas del Escambray

Cada paso se ejecutó con inteligencia y extremo cuidado, en el más absoluto clandestinaje.

Al frente de aquel movimiento insurreccional Fidel conformó un Estado Mayor integrado por hombres de excepcional valor, entre los que destacaban: Abel Santamaría, segundo al mando, a quien Fidel describiría como “el más generoso, querido e intrépido de nuestros jóvenes, cuya resistencia heroica lo inmortaliza en la historia de Cuba”; Renato Guitart, clave en la logística de la operación; José Luis Tasende, Melba Hernández y Haydee Santamaría, entre otros destacados revolucionarios que entregaron su vida a la causa.

SIGNIFICACIÓN

La dictadura respondió con represión y ejecuciones de los combatientes capturados, pero la acción marcó el inicio de la Revolución Cubana y dio nombre al Movimiento 26 de Julio que lideró la caída de Batista en 1959.
Durante el asalto, aproximadamente 135 jóvenes participaron, enfrentando unas 400 tropas del régimen. Fueron muertos y heridos varios combatientes y soldados, y la mayoría de los asaltantes fueron capturados y después ejecutados.
Aunque el asalto fracasó militarmente debido al fracaso del factor sorpresa y a la superioridad numérica de las fuerzas del gobierno, tuvo un impacto político y simbólico enorme.

En su discurso de autodefensa conocido como La Historia me Absolverá, Fidel enfatizaba:
“Parecía que el Apóstol iba a morir en el año de su centenario, que su memoria se extinguiría para siempre, ¡tanta era la afrenta! Pero vive, no ha muerto, su pueblo es rebelde, su pueblo es digno, su pueblo es fiel a su recuerdo; hay cubanos que han caído defendiendo sus doctrinas, hay jóvenes que en magnífico desagravio vinieron a morir junto a su tumba, a darle su sangre y su vida para que él siga viviendo en el alma de la patria. ¡Cuba, qué sería de ti si hubieras dejado morir a tu Apóstol!”.

Aunque el asalto al Moncada representó un duro revés y no cumplió el objetivo de desarrollar una ola revolucionaria inmediata, en poco tiempo devino un triunfo estratégico que propició un cambio de calidad en la convulsa situación cubana de entonces.

La conducta firme y decidida de los jóvenes revolucionarios y la magistral autodefensa de Fidel, que de acusado se convirtió en acusador, convirtieron el juicio en una victoria política, y el alegato de Fidel en un programa de acción popular encaminado a transformar el panorama económico, político y social del país.

Anaisis Hidalgo Rodríguez

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