
La ciudad entera late con el pulso de la esperanza, mientras el sol asciende lento sobre los tejados oxidados y el «Bosque Encantado» respira profundo, preparándose para lo que será, quizá, su más crucial despertar.
Dicen que anoche llovió, como si el cielo también quisiera lavar las penas. Llovió fuerte, como queriendo limpiar los errores, las malas decisiones, los silencios en el swing y las bolas mal colocadas. Llovió, y en cada gota pareció esconderse la promesa de una resurrección.
Los viejos fanáticos, los de toda la vida, miraron hacia arriba y sonrieron: «Mañana cambia todo», dijeron con esa fe inquebrantable que solo tienen quienes han vivido más derrotas que victorias.
El duelo final se muda al oriente, a esa tierra roja que huele a leña, azúcar y pelota. Los Leñadores van buscando su hacha perdida. Pero si hay un sitio donde un gigante dormido puede abrir los ojos y hacer temblar al mundo, ese es el Julio Antonio Mella.
Los Tigres parecen invencibles. Dos zarpazos brutales: un nocaut (11-1) y una sentencia certera (6-3), adornados por jonrones de los eternos guerreros Dennis Laza y Yordanis Samón, el de este último con dos hombres en base para sentenciar el partido.
El pitcheo avileño ha estado impecable: José Isaías Grandales frenó ayer a la temida artillería tunera durante seis entradas, y luego apareció Yunier Batista para cerrar la puerta con tres capítulos inmaculados.
Desde las gradas del Cepero, repletas hasta el último centímetro, se sintió el rugido de una provincia que sueña. Y cómo no hacerlo, si la historia les sonríe: 21 veces comenzó una final 2-0, y 18 veces se selló con campeonato.
Ciego, cuando lo hizo, no falló, primero contra Industriales en la serie 51 y luego frente a Pinar del Río en la 55, como nos recuerda desde Guáimaro el estadístico Rodolfo Álvarez.
Pero Las Tunas no ha dicho la última palabra. Este equipo, tricampeón nacional, es una fuerza de la naturaleza cuando juega en casa. Nunca antes había empezado una final cayendo dos veces. Siempre fue el que pegó primero. Siempre el que golpeó más fuerte. Esta vez le toca resistir y los suyos confían.
Mañana será día de batalla. Subirá al montículo por los orientales Eliander Bravo, zurdo de temple probado, que dejó su alma en 11 entradas contra Santiago de Cuba en semifinales y aceptó cuatro anotaciones limpias.
Al frente, Kevin Soto, el derecho que silenció a Industriales en seis sólidos capítulos, trayecto donde le anotaron solo en dos ocasiones. Un duelo sin concesiones, donde cada lanzamiento será una declaración de intenciones.
Este lunes, los Leñadores caminan despacio, preparándose antes de atacar. Afilan las hachas y recuerdan que los milagros no se piden: se construyen con sudor, con garra y con una afición que convierte un estadio en santuario.
Porque si hay un sitio donde la historia puede cambiar de rumbo, ese sitio está aquí, entre los árboles del «Bosque Encantado», donde todos quieren ver al gigante despertar.