Fernández y sus cien años de fidelidad

Su proverbial modestia e infinita fidelidad a Fidel y a Raúl, a Cuba y a su Revolución, presidieron cada minuto de una vida que hoy, mañana y siempre tenemos que celebrar, como uno de los legados más apasionantes de la historia revolucionaria de esta isla

Al decir del General de Ejército Raúl Castro Ruz, el Comandante en Jefe le encomendó sensibles tareas desde el primer momento. Foto: Archivo de Granma

¿En qué página ponemos este cumpleaños?, fue la pregunta que nos hacíamos, cuando organizábamos esta edición.

Sabíamos que su estatura no cabe en un periódico, y que, si a él le tocara decidir, a lo mejor nos decía que no era merecedor de robarle espacios a otras noticias.

Se incomodaría si apareciera en la portada o en grandes titulares y, si cediera, tal vez, de manera muy sencilla, pediría que sopláramos las velas en la página deportiva.

Su proverbial modestia e infinita fidelidad a Fidel y a Raúl, a Cuba y a su Revolución, presidieron cada minuto de una vida que hoy, mañana y siempre tenemos que celebrar, como uno de los legados más apasionantes de la historia revolucionaria de esta isla.

Hoy, cuando se cumplen cien años de que, en Santiago de Cuba, Palmira y Antonio dieran la bienvenida a su hijo, José Ramón Fernández Álvarez, lo vemos a él en las canchas o pistas de los XIX Juegos Panamericanos.

Allí, una joven delegación, nos ha regalado jornadas épicas, con una entrega sin límites, sobrepasando lo imposible, combatiendo con sus propias armas ante los mismos problemas que el imperio le ha creado al pueblo.

En otras palabras, pareciéndose a él, al Gallego.

Fernández trajo al deporte al hombre que cumplió presidio por la Conspiración de los Puros, en la que se rebeló, desde su condición de oficial del Ejército, contra la dictadura de Fulgencio Batista; al que allí, en las celdas, curtió su anatomía revolucionaria.

En la prisión de la entonces Isla de Pinos, renunció a su puesto de mayor de circular por las arbitrariedades inaceptables, y su voz siempre se levantó valiente y digna ante cada humillación a los presos políticos.

Tras las mismas rejas que encerraron a Fidel, a Raúl y a los moncadistas, se veía surgir a un campeón de la Revolución.

Ante una insinuación del director del Presidio, quien, según dijo, Batista le había asegurado que Fernández sería Coronel si no hubiera abandonado el ejército, respondió: «¿Quién le dijo a usted que yo quiero ser Coronel de ese ejército?».

Le lavaron el cerebro, contestó el que lo tenía preso. «No, no me lavaron nada, lo que sucede es que tengo conciencia viva».

También llevó al desarrollo atlético de la Mayor de las Antillas al director de la Escuela de Cadetes, al capitán que, junto a Fidel, organizó y combatió en Girón para asestarle al imperio el primer revés en América; al incasable trabajador que fue el Ministro de Educación; al que cumplió otras importantes tareas encomendadas por el Comandante en Jefe, tanto en el país como en el exterior; al ser humano que pensó en dejar las Fuerzas Armadas, y que terminó por afirmar que quedarse en ella fue la mejor decisión de su vida.

Los que quieren saber la respuesta de por qué Cuba, sin el dinero de grandes patrocinadores, bloqueada, sin acceso a los mejores implementos y medios, o sin los adecuados recuperantes tras el intenso esfuerzo, es una potencia deportiva, la tienen en El Gallego, depositario de una fe inconmensurable en la victoria.

En una ocasión, ante un altísimo reto deportivo, en septiembre de 2011, me preguntó si yo sabía lo que era una mata de corojo.

Le dije que no, y me ilustró que tenía unas espinas fuertes y puntiagudas, y que para cumplir con aquella encomienda atlética había que subirla en short.

Acto seguido me aseguró, «aunque nos pinchen, la subiremos». Tuvo razón, porque también tenía colosal confianza en los deportistas.

Además, conocía de lo que era capaz un atleta, pues él mismo lo fue.

Se clasificó, en 1951, para los Juegos Olímpicos de Helsinki; en 1952, en pentatlón moderno, pero el golpe del 10 de marzo de ese año, que sentaría a Batista en la presidencia, o literalmente sobre el pueblo cubano, aplastándolo, se lo impidió.

Ayer, cuando finalizaba el XI Congreso de la Unión de Periodistas de Cuba, justo en la víspera de este centenario onomástico, él andaba por la sala y los pasillos de esa reunión, también de hombres y mujeres comprometidos con su pueblo.

Siempre encontraba un momento para conversar con los informadores, les preguntaba y, al tiempo que se informaba, nos nutría de saberes.

Iba a los periódicos, a las emisoras y televisoras, leía todo y a todos, y no dejaba de llamarnos, lo mismo a un cronista del municipio, de una provincia o de un medio nacional, para compartir criterios, unas veces a favor de lo expuesto, otras no, pero siempre cortés y humilde, reconociéndonos.

Así era con los maestros, con las mujeres, con los científicos, con los oficiales, con los obreros, con los Camilitos, por quienes sentía un cariño singular.

El Héroe de la República, el general de División, el Presidente del Comité Olímpico Cubano, sencillamente era un hombre fiel a su pueblo

Cumplió con él, con ellos y con toda Cuba, por sus enseñanzas, cual eximio pedagogo, en una fusión de amor con su compañera de vida y de obra, Asela de los Santos, al dejarnos Un hombre afortunado, que no son las memorias para trascender, sino para aportar, desde su edificio de humanidad, a las nuevas generaciones.

«Se percibe en estas líneas el esfuerzo por ajustarse estrictamente a la verdad premisa que lo ha acompañado invariablemente, por precisar con esmero, en cada hecho relatado, su rol personal y el que desempeñaron otros compañeros, para no adjudicarse el más mínimo mérito de otro», escribió el General de Ejército Raúl Castro Ruz, al prologar ese libro.

Nadie como el líder de la Revolución para traernos, de cuerpo entero, y vivo, a una de las grandes personalidades de la Revolución Cubana, cuando en esas palabras aseguró: «Aunque ya Armando Hart, Jesús Montané y otros compañeros que compartieron con Fernández el presidio político nos habían hablado de su calidad humana, reconozco que, al menos en mi caso, al principio también tuvo un peso considerable la impresión de estar ante un hombre justo y de firmes principios.

Pienso que Fidel haya tenido igual sensación, y esa fue la razón que lo llevó a hablarle con total franqueza y encomendarle sensibles tareas desde el primer momento».

El Gallego Fernández, madrugador como era, hoy volverá a levantarse temprano para ir a la oficina, y como siempre ser el primero en llegar al trabajo, y con él se levantará Cuba para felicitarle y agradecerle por tanta cubanidad.

Periódico Granma

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