Las vidrieras policromadas de López Oliva

La existencia de los vitrales se remonta al imperio romano, cuando algunos artesanos comenzaron a utilizar vidrio de colores para producir, de manera primitiva, objetos decorativos en determinados edificios religiosos.

Fotos RAFAEL MARTÍNEZ ARIAS y EL CAIMÁN BARBUDO

Por Luis Carlos Frómeta Agüero

Pasaron los años, y el destacado artista y diseñador industrial estadounidense, Louis Comfort Tiffany, revolucionó el arte del vidrio, de manera que en el siglo XX los cristales dejaron de ser coloreados, para unirse por una cinta de cobre, con soldadura de estaño. Así llegaron a nuestro tiempo.

Para el pintor manzanillero Manuel López Oliva (1947), graduado de la Escuela Nacional de Arte, en 1969,  quien durante varias décadas llevó a la par su quehacer como artista visual y crítico: “Sobrevivir es tarea de todos, pero poblar de significados al mundo, solo de pocos”.

Tal vez inspirado en la referida máxima filosófica, asumió la realización de su expo antológica Mimesis, que alude a un concepto griego relacionado con el actor, la máscara y la teatralidad, temática abordada en el período pictórico 1992-2012, a partir de su serie Dioses, semidioses y mortales.

Con esa mística iluminó el contexto artístico del Teatro Bayamo, para integrarse, indirectamente, al espectáculo de quienes asisten de manera regular a la institución.

Al decir de la crítica de arte norteamericana, Donna Gold, las máscaras devienen patrones coloridos formados por múltiples capas de tejido y estilo denso y maravilloso.

Mediante ese canal de comunicación espectador-artista, López Oliva presenta sus antifaces en un amplio escenario de representaciones muy relacionadas con la cultura popular de las sociedades indígenas desarrolladas y con el carnaval cubano, incluido el de su pueblo natal.

A escasos metros del mayor recinto teatral granmense, radica la Plaza de la Patria, donde se repite esa percepción filosófica de la visualidad, trabajada en paneles vítreos, portadores de una expresión cultural inigualable.

Los secretos de estas vidrieras policromadas le llegaron del maestro artesanal cubano de ese género, Francisco Javier Suárez, con el que compartió inquietudes estéticas, simbologías de la composición y el equilibrio entre lo orgánico y lo racional.

Esa etapa de aprendizaje y hallazgos, le facilitó al también profesor consultante de la Universidad de las Artes, una técnica no trabajada por el artista antes, a la que añadió líneas sueltas y trazos acentuados entre el pincel chino y el plumón, como afirman muchos de sus seguidores.

Mediante esa otra forma de arte conceptual contemporáneo, el creador lleva a la visualidad telones de boca, cortinas, escenarios, disfraces, máscaras y una red de símbolos decodificables para el espectador. Es su propósito participar del debate actual desde una posición modesta, sin estridencias ni espectacularidades.

Aclaro, que esto es solo una justificación para detener la mirada frente a los vitrales de López Oliva y las texturas tropicales que matizan cada ofrecimiento visual.

Aseguro, además, los efectos benéficos de esas piezas para quienes se empeñan en refrescar la mente, la espiritualidad y redescubrir, a la vez, los misterios del arte cubano.

La Demajagua

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