
Por Luis Carlos Frómeta Agüero
Algo similar pretende consolidar Juan Manuel González Rodríguez, internauta manzanillero, devenido bayamés, quien nos regala hoy uno de sus relatos publicados en el perfil de Facebook.
“Transcurría la década de los años 80 del siglo precedente y el Gobierno de Ronald Reagan, uno de los más agresivos contra nuestro país, parecía invadirnos y Cuba se preparaba con todos los hierros para enfrentar la agresión.
“Por ese tiempo Roberto Damián Alfonso González se desempeñaba como primer secretario del Comité provincial del Partido en Granma, cuando en cierta ocasión me dijo intencionadamente:
“En los próximos días te visitaré para ver la cría de mulos que dicen que ustedes tienen en Cienaguilla (las mulas no paren, el mulo es un híbrido del cruce de la yegua con el burro).
Hay que incrementarlos, además, si viene la guerra, son imprescindibles para el desempeño en la montaña -precisó sonriente el dirigente.
“Me habló de construir locales para armamentos, inspeccionar las cuevas y llevar hasta allí la sal, refrigerador natural en la conservación de carnes y otras indicaciones, hasta que llegó la esperada cita.
“El jefe, al presenciar la monta, me dijo:
-¿Tú crees que con esas yegüitas flacas vas a tener mulos óptimos para la guerra? Llamaré al director de ganadería para que te manden un lote de mejores potrancas.
“A los 10 días llegó una rastra con la carga anunciada. El responsable de la cría, en un aparte, me llevó adonde tenía acuartonado un equino blanco llamado Precioso, que, en honor a la verdad, hacía gala de su nombre.
-Este caballo, en su tiempo, fue un semental de primera. Ahora está de baja y domado. Cuando usted vuelva estará ensillado para que haga el recorrido en él- precisó.
“Poco después regresamos, amarré mi caballito y monté en Precioso hasta el lugar acordado. El animal, al ver aquellas hermosas potrancas, se paró en dos patas y relinchó para tratar de llegar a ellas.
“Con su portentosa naturaleza en ristre dio unos corcoveos que fui a parar al suelo, golpeándome justamente donde termina la columna vertebral.
“La comitiva se asustó, pero, entre el dolor y el espanto, todos reían disimuladamente, menos yo. El comprometido con aquellos animales intentó devolverme a Precioso. Lo miré y le dije:
-Chico, agradezco tu amabilidad, pero prefiero el caballito que yo traía. A tu calentón no quiero verlo ni en pintura.
“Cuando recuerdo la travesura del bello jamelgo, experimento una extraña sensación en la región glútea y hasta creo que todavía me duele el cóccix, ese pequeño hueso ubicado al final de la columna vertebral”.