Sobre unas rocas que durante siglos sirvieron a los piratas más fieros de Caribe para organizar sus fechorías, el radar de La Bajada también fija su «vista» en el mar, allá por donde siempre asoman los ciclones y los frentes fríos.
Desde una posición estratégica, en la península de Guanahacabibes, ha sido desde 1973 una pieza fundamental para la vigilancia meteorológica en una región que ha padecido, repetidamente, la furia de la naturaleza.
Nombres como los de los huracanes Michael, Wilma o Iván, están tan ligados a esta zona del occidente de Cuba como los de Antonio, Perjuicio, el Inglés y tantos otros connotados ladrones de mar.
Como testigos de sus desastres, ahí están todavía, en algunos tramos de la carretera que atraviesa Guanahacabibes, los montones de corales arrancados de las profundidades y lanzados tierra adentro por el mar embravecido.
Pero, más allá de lo inevitable, también hay muchas vidas y bienes económicos que se han protegido gracias a la alerta precisa del radar de La Bajada.
El ingeniero Gonzalo Linares lo asegura con orgullo. Por eso, al cabo de 33 años de trabajo en él, cuenta que esta torre de concreto, rematada por una esfera gigante, se ha convertido en su segunda casa.
Es de los tres primeros radares construidos por la Revolución (antes existían otros tres, mucho menos potentes) y no solo se ha usado para monitorear el tiempo.
Alfredo Victorero, jefe del Departamento de Pronósticos del Centro Meteorológico de Pinar del Río, afirma que sus antenas también se han enfocado en estudiar las migraciones de aves, derrames de petróleo, y hasta para buscar embarcaciones perdidas.
HERRAMIENTA INSUSTITUIBLE
No obstante, su tarea más importante ha sido el seguimiento de las masas de nubes y las tempestades. En estos 50 años, Victorero precisa que ha permitido la observación de 11 huracanes, 18 tormentas tropicales, 28 depresiones y 475 frentes fríos.
Se trata de una labor que no solo ha sido importante para nuestro país.
El Centro Nacional de Huracanes de Miami, en Estados Unidos, por ejemplo, envió recientemente un reconocimiento, por la profesionalidad del trabajo realizado durante la última temporada ciclónica.
Así ha sucedido muchas veces. El experimentado meteorólogo Raúl Vargas recuerda que, en marzo de 1993, en vísperas de lo que se conocería luego como la tormenta del siglo, «la primera señal de que algo grande iba a pasar salió de acá».
Eran los tiempos en que todavía no había llegado la automatización (que se concretaría en 2005) y todas las mediciones se hacían de manera manual, sobre una plancheta, cuyos datos debían transmitirse luego hasta el centro de pronósticos, mediante códigos, por vía telefónica.
Gonzalo comenta que era algo engorroso, y se podían cometer errores. «Si el que recibía escuchaba un número mal, cambiaba completamente la información».
Entre esos gajes del oficio que jamás olvidará, está el haber tenido que ponerse a reparar alguna avería repentina, bajo los embates de un huracán.
«Me ha pasado varias veces, y he tenido que subirme a esa hora. Ha sido algo desesperante, porque en esas circunstancias todo el mundo tiene los ojos puestos en el radar».
Y es que, de las imágenes que capta su antena, en un radio de 500 kilómetros, y las evaluaciones que se hacen a partir de ellas, dependen a veces las decisiones más complejas.
El máster en Ciencias Gerald Miguel Malagón, director del Centro Meteorológico de Pinar del Río, recuerda que, en septiembre de 2002, ante la feroz embestida de la pared frontal del huracán Ian, fue preciso determinar con la mayor precisión posible el tiempo de calma que daría el paso del ojo, para llevar a cabo determinadas acciones que ayudaran a preservar vidas y recursos de la economía.
«Tuvimos que hacer los cálculos exactos, para que el descanso del ojo diera la posibilidad de hacer movimientos de personas y recursos que hacía falta salvaguardar, porque la primera parte del huracán los había dejado desprotegidos», dice.
Gerald explica que las estimaciones arrojaron media hora, así que, para no correr riesgos, se le dijo al Consejo de Defensa Provincial que disponían de 25 minutos para lo que necesitaran hacer, antes de que los vientos de Ian volvieran a arreciar.
A pesar de que otros adelantos de la ciencia enriquecen actualmente el trabajo de la meteorología, los especialistas consideran que los radares siguen siendo insustituibles.
«El satélite, por ejemplo, es una herramienta fenomenal, pero hay mucha imagen que te engaña», asegura Raúl. «Hay veces que, a juzgar por lo que se ve en el satélite, pareciera que en determinado lugar se está acabando el mundo por tormenta, y sin embargo no es así.
«Por eso, en la meteorología actual, el radar es algo imprescindible».
¿RUTA MALDITA O POSICIÓN PRIVILEGIADA?
Ubicado en medio de lo que pudiera considerarse una ruta maldita, el radar de La Bajada se haya en la región del país más asediada por los huracanes, y por donde primero penetran los frentes fríos.
Los especialistas, en cambio, opinan que se trata de una posición privilegiada para vigilar el tiempo.
«En mi casa se mete el agua cuando hay intensas lluvias. Soy uno de los que padece eso que pudiera considerarse un fatalismo geográfico. Pero la única forma de estudiar un ciclón, de conocer más, es viviéndolo, midiendo sus parámetros, chequeando su evolución», argumenta Victorero.
«Nadie quiere que venga un huracán. Un huracán es una desgracia», coincide Gonzalo.
Sin embargo, advierte que también es necesario poderles dar seguimiento, de una manera efectiva. «Somos los que estamos más cerca, los primeros que los detectamos, y también a los sistemas frontales, que a veces traen tormentas locales severas. Nos pasa como en la Medicina: nadie desea enfermarse, pero es importante tener un buen médico».