Lugar destacado en este recorrido ocupaba el poblado de Minas de Bueycito -más tarde trasmutado a Buey Arriba-, que venía entregando a la gesta liberadora muchos de sus mejores hijos, mientras otros persistían en el empeño.
En los planes del alto mando rebelde, Minas de Bueycito constituía un eslabón primordial, al tener en sus lares una fuerza enemiga, compuesta por la compañía 31, al mando del capitán Justo Abrahantes Cruz, y una docena de soldados de la guardia rural y chivatos.
Los objetivos estratégicos y tácticos de Fidel Castro consistían en cercar y rendir allí al adversario, si la jefatura de este se negaba a una rendición honrosa. Para ello se debía impedir la llegada de refuerzos desde Bueycito y del puesto de mando de la Zona de Operaciones de Bayamo, situado a 26 kilómetros de distancia.
A este fin, ordenó al capitán Miguel Aguilar Aguilar, quien operaba en el sector de Minas de Bueycito, posesionar sus efectivos, unos 50 hombres, en los accesos al poblado montañoso.
Para la operación, fue reforzado con los pelotones de los capitanes Rafael Verdecia Benítez (Pungo) y Miguel Calvo, unos 40 efectivos, incluyendo una sección de minas y explosivos.
Además, contó con el auxilio de las escuadras independientes de los tenientes Evaristo Cabrera Machado y René Serrano González (Niní).
En el cerco dispondría, asimismo, de dos ametralladoras calibre 30.06, una a cargo del capitán Braulio Curuneaux y la otra manejada por el teniente Aurelio Sánchez (Yeyo), y un montero calibre 60, manipulado por el teniente Aeropagito Montero Zayas.
El lunes 10 de noviembre de 1958, a las 11:00 de la mañana, Fidel redactó una carta en términos bastante respetuosos al capitán Justo Abrahantes: “He ordenado cortar la retirada a esa tropa, pero con instrucciones de no disparar, sino comunicarse con usted para ponerlo al tanto de esa situación”.
El máximo líder de la Revolución quería sostener una entrevista personal con el oficial enemigo, para invitarlo a sumarse a las tropas del Ejército Rebelde, como venían haciendo otros jefes, oficiales y soldados de la desmoralizada tiranía.
Asumía esta posición por algo que declaró en la misiva: “Nosotros queremos tener en consideración su trato decente y generoso con los vecinos de ese abnegado pueblecito de Las Minas que tanto ha sufrido el terror y la represión de la tiranía”.
Esta carta se la entregó directamente al capitán Aguilar, quien la hizo llegar a manos de Justo Abrahantes con Amparo Báez, el viernes 14 de noviembre, al tiempo que se cercaba la guarnición enemiga por Las Quebradas, Puriales y La Piñuela.
Pero, desacertadamente, la acompañó de un mensaje de su propia cosecha, donde le advertía que estaba rodeado y no tenía otra salida que la rendición, para evitar efusiones de sangre.
De esta inesperada situación Fidel escribió, unas horas después, al comandante Faustino Pérez: “Llegué aquí tarde. Los guardias como habíamos supuesto, recibieron la orden de partir. Miguel que ya estaba en el camino lo primero que hizo cuando llegó el jueves por la mañana fue hacer una carta de su puño y letra, que era una grosería, con la que acompañó la mía que iba en un sobre cerrado. El capitán al leer la de Miguel que iba abierta, se negó con toda justificación a leer la mía”.
El puesto de mando de Bayamo trasmitió a Abrahantes Cruz la orden de resistir cualquier ataque y que pronto recibiría un poderoso auxilio, con el apoyo de la aviación.
EL COMBATE DE LAS QUEBRADAS
A las 11:00 de la mañana, dos avionetas sobrevolaron Minas de Bueycito para apoyar la fuga de la guarnición, mientras avanzaba hacia ese punto una columna enemiga de unos 250 efectivos: dos pelotones de la compañía 105, un pelotón de la 63 y un pelotón de la 62, todos al mando del capitán Díaz Calderín, con el apoyo de dos tanquetas ligeras T-17.
A la una de la tarde, tan pronto avistaron el refuerzo, Curuneaux y sus hombres realizaron algunos disparos contra los tanques y los camiones, pero casi al unísono bajaba el enemigo de Minas de Bueycito en tres camiones y varios civiles de rehenes. El fuego de las ametralladoras y el mortero golpeaban a los contrarios. Cuando el combate comenzaba a adquirir magnitud y dos aviones B-26 ametrallaron las posiciones rebeldes, el capitán Miguel Aguilar dio la orden de retirada hacia San Antonio. El enemigo se desplegó en zafarrancho de combate, avanzando por los flancos hacia Las Quebradas. No obstante, los morteristas siguieron tirando y lograron que un obús impactara en un camión causando muertos y heridos.
Ante el peligro de ser cercados, Curuneaux se replegó hacia el arroyo Macanacú, Aeropagito Montero a la margen izquierda del río Buey y Evaristo Cabrera para Las Piedras.
En los documentos emitidos por la tiranía confesaron que tuvieron tres muertos y once heridos. De los aviones que participaron en el combate de Las Quebradas, dos recibieron impactos del fuego rebelde y tuvieron que retirarse rápidamente a la base área de Santiago de Cuba.
En estimación del máximo jefe guerrillero, Miguel Aguilar pudo haber rechazado el refuerzo con los 60 hombres armados que tenía y las bombas contra las tanquetas. Avezado en las operaciones militares, señaló de manera crítica: “A los de las Minas no había que tirarles un tiro; pero al llegar las tanquetas pudieron irse. Tanto a una tropa como a la otra se le ocasionaron bajas. Pero de esto no vale la pena ni hablar. Las Minas están ya en territorio libre.”
De esta forma quedó completamente libertado el poblado de Minas de Bueycito, con la fuga de la última tropa que le quedaba en el interior de la Sierra Maestra, el 14 de noviembre. Los rebeldes pudieron comprar en sus comercios zapatos, lateríos y otros recursos durante varios días.
Este mismo día, a las 4:30 de la tarde, el Comandante en Jefe llegó a La Estrella, donde realizó un análisis pormenorizado de las desfavorables ocurrencias en Minas de Bueycito. Tres días después, el lunes 17 de noviembre, entró al poblado, en su marcha hacia Guisa. Los pobladores le demostraron su confianza en la pronta victoria revolucionaria.
El 30 de marzo de 2002, Fidel Castro, presidente de los Consejos de Estados y de Ministros, presidió una memorable Tribuna Abierta de la Revolución en Buey Arriba, en la cual señaló las causas de la fuga de la guarnición de Minas de Bueycito.
De su paso por esta localidad rememoró: “Había visitado este lugar el 17 de noviembre de 1958, y tres días después se inició en Guisa lo que hemos calificado como batalla…Observen cuánta historia está unida a este lugar, a esas montañas, ¡cuánta historia!, más que por el mérito de nuestros combatientes rebeldes, por los méritos del pueblo…”