
Dicen que en sus años iniciales, cuando estudiaba en los colegios de su ciudad, era “arisco y testarudo”, aunque también “comprensivo y estudioso”. De esta descripción, llegada hasta el presente gracias al historiador bayamés José Maceo Verdecia, podemos inferir cómo fue aquel niño que con el paso del tiempo se convertiría en el Padre de la Patria.
Nacido una noche del 18 de abril de 1819 en medio de torrenciales aguaceros, en la casa número 4 de la antigua calle Burruchaga, en el centro de Bayamo, fue nombrado Carlos Manuel Perfecto del Carmen y, pese a tener cuna rica, no era dado a andar por los aires.
Uno de sus más apasionados biógrafos, Aldo Daniel Naranjo Tamayo, autor de un volumen inédito de seis tomos, expresa que Carlos Manuel creció sin miedo a los niños más grandes, al extremo de retar una vez a un fornido coetáneo que abusaba de un compañero.
Según el historiador, el fortachón terminó con los pómulos amoratados, gracias a la rapidez de los puños del más pequeño retador.
Ese espíritu rebelde y justiciero estuvo presente en la mayor parte de la vida del primogénito de Jesús María y Francisca de Borja.
Otro investigador de la Ciudad Monumento, Miguel Antonio Muñoz López, quien ha estudiado la genealogía de la familia, remarca que la madre fue clave en la formación del retoño, pues ella fue capaz de ser un “puente mediador” entre él y su padre, conocido por su carácter riguroso y manera de pensar conservadora.
Tampoco debe faltar en su apretado retrato que hasta los cinco años vivió alternando su amplia casona bayamesa con la finca Buevanista, en las faldas de la Sierra Maestra, donde la acomodada familia tenía varias propiedades.
“La versión que con más fuerza ha llegado hasta hoy, dice que por temor a un ataque corsario los padres movieron a los vástagos hacia ese recoleto rincón del sur oriental. Lo cierto es que el niño Carlos Manuel, atendido por una nana negra, correteó y jugó en plena naturaleza durante sus primeros cinco años de vida. Es de suponer, al menos todos los biógrafos lo dan por cierto, que el vasto mundo de leyendas y mitos del Oriente cubano debió ser trasmitido tempranamente al niño”, escribió el prestigioso intelectual Rafael Acosta de Arriba en el portal digital Cubarte.
Ese temprano contacto con la naturaleza hizo del niño Céspedes un amante del ejercicio físico, la natación en los ríos, las cabalgatas y las travesuras. «Me he educado sobre el caballo, a la manera de los tártaros, cabalgando por las inmensas sabanas de la isla de Cuba», confesaría al evocar aquella época de sus comienzos.
El propio Acosta de Arriba añadió en su texto: “Céspedes reconoció que su niñez había comenzado con una quietud y mansedumbre de carácter muy notable, que se trocó luego por una hiperactividad y energía que lo convirtieron, según sus propias palabras, en un «niño endemoniado»”.
Primeras Clases
Se sabe que a partir de los cinco años, ya en Bayamo, Carlos Manuel recibió clases en el colegio privado de Isabel Cisneros, una anciana casi ciega que era auxiliada por su sobrina Asunción. Ella le enseñó a leer y escribir, además de los preceptos más elementales del catolicismo.
También conocemos hoy que tuvo como acompañante en varias aventuras por los montes a un esclavo llamado Pedro, a quien él llamaba con cariño «Taita».
Precisamente de esa etapa de recorridos por lugares agrestes, cuando ya iba tomando conciencia de la vida, presenció un episodio conmovedor que, de cierto modo, se repite luego en el peregrinar de José Martí. Narra Aldo Daniel Tamayo Naranjo que en una de las haciendas vio a un esclavo martirizado en el cepo; impotente, desconcertado, sintió que la tristeza le inundaba el alma y le humedecía los ojos.
Vivaracho y comunicativo, Carlos Manuel era, en contraste, algo huraño con los desconocidos. Pronto se dio a querer por sus hermanos, Francisco Javier (3 de diciembre de 1821) —quien también llegó a ser Presidente de la República en Armas—, Pedro María (31 de enero de 1826) y Borja (10 de octubre de 1826).
“Cursó sus estudios en el seno de los monasterios que existían entonces e impartían clases, de Santo Domingo y San Francisco, en Bayamo, y más tarde en La Habana, en el Real Colegio Seminario, también abierto entonces a la formación de hombres para el siglo, y en la Real Universidad. Su vocación fue estudiar leyes, el contacto con la tierra, el ejercicio continuo de su físico», expresaría, en apretado retrato, Eusebio Leal.
El ilustre historiador completa su descripción señalando que era “pequeño de estatura, fuerte e inquieto de carácter”.
Historias poco conocidas
Una de las anécdotas más llamativas de su infancia acaeció en el convento de Santo Domingo, al que pasó a estudiar a los diez años. Allí se negó a realizar un ejercicio de Aritmética que le había puesto el padre Serrano y eso le costó un castigo en horas extraclases.
Pero no mucho tiempo después demostraría un gran apetito de conocimientos, al extremo de que se convirtió en un experto en latín y en amante de la filosofía y los clásicos de la literatura. Pronto tradujo, para asombro de muchos, pasajes de la obra de Virgilio y otros grandes de Roma, gracias, en parte, al incentivo del regente José de la Concepción Ramírez.
Algunos historiadores, como el propio Naranjo Tamayo —autor, además, de la prolija cronología El estandarte que hemos levantando, dedicada al Padre de la Patria, señalan que escribió los primeros versos antes de los 15. En ese momento, tal vez, empezaron las lecciones de esgrima y su batallar en los tableros de ajedrez, juego que le acompañaría hasta el viernes fatal de su deceso, el 27 de febrero de 1874.
Tenía más o menos 15 abriles cuando ya se consideraba un experto en “el tirado de las armas de fuego”, como él mismo escribía. De estas fechas debe ser el primer recital de versos ante la familia. Una noche, en la tertulia nocturna celebrada en la morada de su tío Francisco José, Carlos Manuel declamó con un tono de paz, la mirada relampagueante y el verbo solemne.
La actuación arrancó aplausos y elogios en la multitud y él buscó furtivamente la mirada tierna de su prima María del Carmen (Carmela), en quien empezaba a emanar un sentimiento correspondido. Ella sería el primero de los amores conocidos en su vida, cargada de pasiones hacia las mujeres.
En otras veladas entonó ante el público “canciones populares”, acompañado al piano y rodeado de señoritas y amigos del barrio. Comenzaba a sentirse adulto sin serlo todavía. Hay un hecho que demuestra su madurez: en 1834, con 15 abriles,cuando su coterráneo José Antonio Saco es desterrado, expresa que Tacón (el Capitán General) se ha convertido en el azote más cruel caído sobre Cuba.
Andando el reloj el autor de esa frase desafiaría el gigantesco poder colonial. Ya era diestro en la espada y el ajedrez, brillante en la cultura y enamorado de su país. Tales virtudes le habían surgido desde los primeros pasos y le crecerían en su camino dentro y fuera de la Isla.
A esos primeros pasos tendremos que ir con más frecuencia para entender al héroe de carne y hueso, al que fue Iniciador de nuestras luchas libertarias, Primer Presidente, Héroe de San Lorenzo, al que ayudó a cambiar la historia de Cuba.