Compañero Primer Ministro, Manuel Marrero Cruz;
Compañero Canciller de la República de Cuba, Bruno Rodríguez;
Óscar Luis Hung, Presidente de nuestra Asociación Nacional de Economistas;
Viceprimer Ministro Alejandro Gil;
Ministros, miembros del Comité Organizador y del Comité Académico del evento;
Estimados economistas, cientistas sociales y estudiantes:
Menciono en último lugar a los estudiantes porque me siento parte de ellos. En un escenario como este, lleno de académicos y de profesores exponiendo sus ideas sobre los problemas globales, ¿quién no se siente un estudiante cuando está aprendiendo? Especialmente hoy, 17 de noviembre, Día Internacional de los Estudiantes.
Los felicito y los convoco, queridos estudiantes de Ciencias Económicas. Ustedes tienen por delante el desafío gigantesco de ayudar a resolver el mayor problema de nuestro país: que nuestra economía derribe los muros del bloqueo. Y de probar, con esfuerzo y talento, cuánto es capaz de lograr el socialismo, también en la economía.
Y ya que hablamos del problema, quiero que mis primeras palabras, en nombre del pueblo y Gobierno cubanos, sean para agradecerles profundamente a los visitantes extranjeros sus fuertes expresiones de rechazo al genocida bloqueo, junto a la solidaridad y apoyo al heroico pueblo cubano, que hoy resiste y crea enfrentando las enormes dificultades derivadas del cerco económico y financiero, incluyendo las que golpean directamente a la familia cubana.
Les agradezco también su presencia en Cuba, en abierto desafío a la política imperial, y los sustantivos debates que se han generado aquí en el intercambio vivo e intenso de criterios y experiencias diversas que, en mi modesta opinión, tributan a un mismo objetivo: hacer que las ventajas de la globalización funcionen para las grandes mayorías de todos los países y no solo para las élites de un grupo selecto de naciones que construyeron su prosperidad a costa del empobrecimiento de las nuestras. Naciones que, por cierto, después se convirtieron en eternos acreedores, como ilustra tan clara y dolorosamente el ejemplo de la hermana y mil veces empobrecida Haití, que todavía paga en pobreza profunda, espiral de violencia y otros males su inspiradora rebeldía: la primera revolución de esclavos de la historia moderna.
Deuda de la independencia, término absurdo y paradójico, llaman a los pagos “por reparaciones” que fue obligada a hacer durante 122 años la república haitiana para no ser invadida otra vez por la poderosa exmetrópoli que había explotado todos sus recursos humanos y materiales con los métodos más crueles.
Pero todavía hoy la única solución que se les ocurre a quienes se pretenden salvadores de nuestros castigados vecinos es el envío de tropas, como tantas veces desde 1915, fecha de la primera invasión yanqui, que se declaró dispuesta a enfrentar la pobreza e inestabilidad del país, después de que marines del naciente imperio norteamericano vaciaran el Banco Nacional de Haití.
Duele Haití como duele Palestina, cuya pequeña Franja de Gaza se ha convertido en una prueba de la inoperancia de los mecanismos e instrumentos del Derecho Internacional para evitar un genocidio en pleno siglo XXI. Numerosas resoluciones de Naciones Unidas han sido desconocidas por quienes tienen la responsabilidad y compromiso de detener el genocidio, pero prefieren destinar miles de millones de sus presupuestos para que no pare la guerra que alimenta su economía.
Mientras nos reunimos aquí en La Habana, capital de una Cuba que lleva más de 60 años bloqueada con el declarado propósito de que estalle contra sí misma, Gaza sigue siendo bombardeada como colofón genocida de otro bloqueo de décadas.
Hace siete años, en una Cumbre de los No Alineados, en Isla de Margarita, en Venezuela, el entonces Presidente de Cuba, el General de Ejército Raúl Castro Ruz pronunció palabras que parecen pensadas para hoy mismo, y cito: “Resulta inaceptable que todavía el pueblo palestino continúe siendo víctima de la ocupación y la violencia, y que la potencia ocupante siga impidiendo la creación de un Estado palestino independiente y con Jerusalén Oriental como su capital”.
Aquel llamado que tantas veces se ha reiterado por numerosos líderes mundiales sigue esperando respuesta, como la impagable deuda externa y tantas otras consecuencias de un mundo demasiado injusto para la mayoría de sus habitantes. Esa realidad no nos hará bajar los brazos ni renunciar a la defensa de ideas más justas para hacer el mejor mundo posible, aunque no alcancemos a verlo.
Este encuentro es un homenaje a la idea fundadora del Comandante en Jefe Fidel Castro, a su incansable búsqueda del mejor de los caminos hacia la emancipación humana y la supervivencia de nuestra especie, a la que el capitalismo neoliberal empuja irracionalmente hacia su extinción.
Desde las grandes reuniones sobre la Deuda Externa en la década de los 80 hasta los eventos de Globalización y Desarrollo, Fidel fue un gran constructor de consensos y un líder de fe infinita en que un mundo mejor es posible, pero solo si se transforma el antidemocrático y arcaico orden económico internacional, considerando todas las ideas que apunten a la salvación de la humanidad. Sus ideas de entonces, a la luz de los gravísimos problemas de hoy, estremecen por su vigencia y nos obligan a convertir el homenaje en estudio, debate y acciones.
En Fidel pensaba cuando inauguramos este encuentro el martes. Todavía se siente aquí su presencia y se recuerdan sus palabras en las esperadas clausuras de Globalización, fueran los inesperados y breves minutos con que sorprendió a los asistentes al primer encuentro o las seis horas y media que extendió otra cita hasta bien avanzada la madrugada.
Yo asistí como invitado al primer encuentro y luego he releído prácticamente todo lo que dijo a lo largo de los años; así que al solicitarme hablar en la clausura, recordé sus palabras cuando le pidieron lo mismo y dijo que le gustaría tener la elocuencia y la erudición de los que habían hablado antes.
Exactamente eso sentí al escuchar las conferencias magistrales de José Luis y Gambina en la sesión inaugural y compartir después algunos de los debates en sesiones. Pero justamente esos análisis también me inspiraron para elaborar las ideas que quisiera transmitirles hoy.
Este encuentro ha sido una magnífica fuente de aprendizaje y una oportunidad para afirmar, ratificar convicciones acerca de los temas abordados, por la coincidencia con los puntos de vista que hemos compartido.
Es magnífico confirmar que continúa prevaleciendo el debate plural, incluso polémico, abierto a los más diversos puntos de vista sobre temas que siguen necesitando luz y que son el resultado de los procesos asociados a la globalización, con impacto en el desarrollo.
Esa confrontación de ideas es un principio de estas reuniones que le debemos a su principal gestor, Fidel, quien se percató muy pronto de la trascendencia del proceso que ya habían descrito los académicos y expuso de forma sistemática y convincente sus propios argumentos teóricos, siempre desde la perspectiva de los explotados y los excluidos.
Él describió la globalización como un proceso objetivo, indetenible, de crecientes interconexiones e interdependencias de las economías nacionales a nivel mundial, que influye en todas las esferas de la vida social y que tiene sus bases y pilares fundamentales en el desarrollo alcanzado en la técnica del transporte, de las comunicaciones y del proceso y transmisión automatizada de información. Pero también denunció con énfasis la irracionalidad e insostenibilidad de la ola neoliberal y la necesidad imperiosa de que la humanidad tomara conciencia de que se precisa la globalización de la solidaridad humana como un paso importante hacia el triunfo definitivo de la globalización socialista como la alternativa para la supervivencia de la especie.
El mundo ha cambiado dramáticamente desde entonces. Lo hemos confirmado de golpe, con la reciente pandemia que paralizó al planeta durante largos e inciertos años y nos dejó a todos en peores condiciones, por no darles su oportunidad a la cooperación y la solidaridad.
Viejos y nuevos conflictos se transforman en guerras de las que solo sacan ganancias los fabricantes y traficantes de armas. El multilateralismo emergente trata de avanzar en un camino minado por obsoletos afanes imperiales. La Organización de las Naciones Unidas, sus organismos y principios son constantemente burlados y violados por haber demorado demasiado tiempo su necesaria democratización.
Si no cambiamos el actual desorden mundial, la codicia y el egoísmo de unos pocos nos precipitarán al abismo, del cual no podrán salir tampoco quienes se empeñan en impedir un paradigma de coexistencia diferente; un mundo más justo, inclusivo y equitativo que ofrezca a las naciones empobrecidas oportunidades reales para una vida digna y sostenible, en el que por fin desaparezcan el hambre y la pobreza, y en el que se respete el derecho a la vida y al desarrollo.
Permítanme que vuelva a Fidel y sus ideas sobre los desafíos de la alternativa frente a la globalización neoliberal.
En la clausura del V Encuentro, el líder histórico de la Revolución Cubana dejó dicho que: “Hay un campo donde la producción de riquezas puede ser infinita: el campo de los conocimientos, de la cultura y el arte en todas sus expresiones, incluida una esmerada educación ética, estética y solidaria, una vida espiritual plena, socialmente sana, mental y físicamente saludable, sin lo cual no podrá hablarse jamás de calidad de vida.
“¿Acaso algo impide que podamos alcanzar tales objetivos?” –se preguntaba.
Y después afirmaba: “¡Queremos demostrar lo que todos proclamamos: que un mundo mejor es posible!
“¡Ha llegado la hora de que la humanidad comience a escribir su propia historia!”
Después de seis décadas de criminal bloqueo, de 243 medidas de reforzamiento de esa obsesiva persecución de todo cuanto puede significar una salida al crecimiento en el camino al desarrollo, Cuba apuesta todo a ese campo donde la producción de riquezas puede ser infinita, como dijo y demostró Fidel, al impulsar el desarrollo de la ciencia y el conocimiento.
Permítanme decirles a quienes puedan desconocerlo todavía, que el bloqueo de los Estados Unidos contra Cuba no ha dejado espacio sin acosar, hasta el absurdo de incluirnos en una lista de supuestos patrocinadores del terrorismo, una suerte de bando imperial que prohíbe acceso a créditos y financiamientos.
Los economistas están en condiciones de comprender como nadie lo que significa ese acto de maldad suprema contra toda una nación. No hay economía en el mundo que funcione sin financimientos y sin créditos. Pero los voceros de esa maldad y perversidad, a la par que nos bloquean y acosan, lanzan ríos de difamaciones y manipulación, con un solo propósito: culpar al Gobierno cubano del dolor que ellos causan, hacer creer que la planificación niega el desarrollo, que los Estados responsables son inoperantes y que el socialismo es inviable.
Y aquí está Cuba, bloqueada, acosada, difamada, demostrando que solo el socialismo puede garantizar la justicia social, incluso en un mundo tan injusto, desigual y regido por reglas ciegas y poderes abusivos como el mundo actual.
Cuba sufre y denuncia el bloqueo por ilegal, criminal y violatorio de los derechos humanos de toda una nación durante más de 60 años. Pero no se detiene en sus programas, no renuncia a uno solo de sus Objetivos de Desarrollo hasta el 2030, algo que pocas naciones en desarrollo pueden siquiera intentar.
Privados prácticamente de financiamientos, créditos y acceso a tecnologías con componentes norteamericanos, tan comunes desde mucho antes de que se hablara de globalización, hemos diseñado un sistema de gobierno basado en ciencia e innovación, apostando al primer recurso de Cuba: el talento y la creatividad del pueblo, alimentados en 64 años de Revolución con sólidos programas educativos, científicos y culturales.
Hemos exigido que las investigaciones salten de las aulas universitarias a la producción y los servicios, que los saberes se potencien e intercambien, que se aprovechen al máximo las indiscutibles ventajas de vivir en una sociedad donde los medios fundamentales de producción pertenecen al pueblo, no como una entelequia sino como la única explicación a nuestra sobrevivencia después de seis décadas bloqueados por quienes actúan como dueños del mundo.
Creemos y confiamos en la juventud para hacer que cristalicen esos proyectos. Creemos incluso en los miles de jóvenes que han emigrado por creer que sería imposible realizar sus sueños aquí, y porque hemos visto, sobre todo, a otros miles poniendo el pecho a los desafíos sin más pago que la felicidad de hacer cosas excepcionales o sencillas por su país.
A pesar de las abiertas acciones de robo de cerebros, de asedio y conquista de cientos de miles de jóvenes muy preparados que egresan de las universidades cubanas; a pesar de la criminal Ley de Ajuste Cubano por la cual Estados Unidos recibe casi automáticamente como emigrados políticos a nuestros nacionales que llegan de modo irregular a sus fronteras, Cuba cuenta con una masa de jóvenes estudiantes y trabajadores que están haciendo en la patria proyectos que impresionan.
Somos el único país en desarrollo con vacunas propias contra la COVID-19 y otras enfermedades, creadas mayormente por jóvenes científicos, como lo son también quienes produjeron ventiladores pulmonares comparables a los mejores del mundo; o los que ahora mismo están protagonizando una proeza en los mantenimientos de las plantas electroenergéticas, consumidas por años de explotación; o el personal docente y el de Salud, que ejercen en la ciudad y en las montañas, en hospitales o en policlínicos, a veces sin condiciones materiales para brindar un servicio óptimo y, sin embargo, han mantenido nuestros indicadores de calidad de vida en niveles comparables con los mejores del mundo; o los que emprenden proyectos en formas no estatales, las conocidas mipymes, muchas veces encadenadas con entidades del Estado cubano. Los hemos encontrado en nuestros recorridos por todo el país, batiéndose con la escasez y también con la ineficiencia o la desidia.
No hay sociedades perfectas. Estamos lejos de ser algo así. Y carecemos de tanto, que quienes miden el desarrollo por los niveles de consumo de la sociedad nos describen como un país sumido en la pobreza. Sin embargo, quienes conocen el rostro y la esencia de la pobreza describen otra realidad: una nación que resiste sin renunciar a un desarrollo acorde con sus niveles de conocimiento y de participación en el proyecto social.
El socialismo, un sistema tan nuevo, tan diverso, tan necesitado de la voluntad política y la participación social para establecerse y avanzar, nos desafía a intentarlo cada día con un nuevo obstáculo enfrente. Por eso no es posible juzgar a Cuba sin considerar los desafíos que singularizan nuestra experiencia y los caminos que vamos abriendo con el empuje de la historia y del futuro que puede ser todavía.
Hemos dicho más de una vez que en una Revolución auténtica la victoria es el aprendizaje, pues no marchamos sobre una ruta probada. Marchamos por un camino cercado, tratando de esquivar los obstáculos del adversario y de nuestros propios errores. A ese ejercicio continuo de aprendizaje y generación de alternativas le llamamos resistencia creativa.
Estamos orgullosos de haber escapado de la globalización neoliberal, que no es solo un modelo económico, es además una concepción ideológica y un proyecto político de dominación imperial, impulsado por las principales potencias mundiales con Estados Unidos a la cabeza, empeñados en controlar, rediseñar y sacar provecho del injusto sistema de relaciones internacionales para estructurar un Nuevo Orden Mundial que les permita mantener sus intereses hegemónicos, cuando otros actores de peso optan por el multilateralismo y la cooperación.
En la reciente Cumbre del Grupo de los 77 y China, celebrada en este mismo Palacio de Convenciones, compartíamos indicadores del desarrollo que solo muestran el estruendoso fracaso del neoliberalismo para la inmensa mayoría de la población mundial.
Retomo algunos datos y comentarios que expresamos entonces y que nos interesa reiterar ahora, por su dolorosa contundencia para describir el injusto e insostenible orden global vigente:
A solo siete años del plazo fijado para el cumplimiento de la Agenda 2030, el panorama es desalentador. Al ritmo actual, no se alcanzará ninguno de los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible, y más de la mitad de las 169 metas acordadas serán incumplidas.
No es aceptable que en pleno siglo XXI padezcan de hambre casi 800 millones de personas, en un planeta que produce lo suficiente para alimentar a todos.
No hay justificación alguna para que en esta era del conocimiento y desarrollo acelerado de las tecnologías de la información y las comunicaciones más de 760 millones de personas, dos terceras partes de ellas mujeres, no sepan leer ni escribir.
Los países de nuestro Grupo han debido destinar 379 000 millones de dólares de sus reservas para defender sus monedas en 2022, casi el doble de la cantidad de nuevos Derechos Especiales de Giro que les asignó el Fondo Monetario Internacional.
Mientras los países más ricos incumplen su compromiso de destinar al menos el 0,7 % de su producto nacional bruto a la Ayuda Oficial al Desarrollo, las naciones del Sur tienen que gastar hasta el 14 % de sus ingresos para pagar intereses asociados a la deuda externa.
La mayoría de las naciones del Grupo de los 77 se ven compulsadas a destinar más recursos al servicio de la deuda que a inversiones en salud o educación.
El cambio climático amenaza la supervivencia de todos, con efectos ya irreversibles.
Más de 3 000 millones de personas se ven afectadas por la degradación de los ecosistemas. Más de un millón de especies de plantas y animales están en peligro de extinción. Si no actuamos de inmediato, legaremos a nuestros hijos y nietos un planeta irreconocible e inhabitable.
Los que menos influyen en la crisis climática son los que más padecen sus efectos, en particular los Pequeños Estados Insulares en Desarrollo. Mientras los países industrializados, depredadores voraces de recursos y del medio ambiente eluden su mayor responsabilidad e incumplen sus compromisos bajo la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático y del Acuerdo de París.
Por solo citar un ejemplo, resulta profundamente decepcionante que la meta de movilizar no menos de 100 000 millones de dólares al año y hasta 2020 como financiación climática nunca se haya cumplido.
Son los pueblos del Sur los que más padecen pobreza, hambre, miseria, muertes por enfermedades curables, analfabetismo, desplazamientos humanos y otras consecuencias del subdesarrollo. Muchas de nuestras naciones son llamadas pobres, cuando en realidad deberían considerarse naciones empobrecidas. Y es preciso revertir esa condición en que nos sumieron siglos de dependencia colonial y neocolonial, porque no es justo y porque no soporta ya el Sur el peso muerto de todas las desgracias.
En medio del más colosal desarrollo científico-técnico de todos los tiempos, el mundo ha retrocedido tres décadas en materia de reducción de la pobreza extrema y se registren niveles de hambruna no vistos desde 2005.
En el Sur, más de 84 millones de niños permanecen sin escolarizar y más de 660 millones de personas sin electricidad; solo el 36 % de la población utiliza Internet en los países menos adelantados y en las naciones en desarrollo sin litoral, frente al 92 % con acceso en los países desarrollados.
Tómese en cuenta que el costo medio de un teléfono inteligente apenas representa el 2 % de los ingresos mensuales per cápita en Norteamérica, mientras esta cifra asciende al 53 % en el sur de Asia y al 39 % en África subsahariana. No se puede hablar entonces seriamente de avance tecnológico o de acceso equitativo a las comunicaciones ante estas realidades.
La transición energética transcurre también en condiciones de una profunda desigualdad que tiende a perpetuarse. La desproporción en el consumo energético entre los países desarrollados (167,9 gigajulios por persona al año) y en desarrollo (56,2 gigajulios por persona al año) es consecuencia de la brecha económica y social existente y también causa de que esta brecha continúe creciendo.
Una parte sustancial de las enfermedades, más prevalentes en los países en desarrollo, son aquellas que son prevenibles y/o tratables. La Organización Mundial de la Salud declaró en su informe de salud mundial que se estima que 8 millones de personas mueren de manera prematura cada año, a causa de enfermedades y afecciones que pueden curarse. Estas muertes son un tercio de todas las muertes humanas en el mundo anualmente.
Todos o casi todos tratamos de atraer la inversión extranjera directa como componente necesario del desarrollo y del manejo de las economías.
Pero sabemos que lo más frecuente es que no se acompañe de la transferencia de conocimientos y de ayuda para la creación de capacidades. Esa ausencia conduce a que los países en desarrollo se ubiquen en los eslabones más bajos de las cadenas globales de valor y que sus investigaciones en salud, alimentos, medio ambiente y otras resulten muy limitadas o padezcan una devaluación sistemática.
Este fenómeno ocurre junto al drenaje de talentos o lo que comúnmente se denomina “robo de cerebros”; o sea, la práctica de los países más desarrollados de beneficiarse de la preparación y el conocimiento de profesionales que los países en desarrollo forman con mucho esfuerzo, regularmente sin respaldo alguno de las naciones más ricas.
Es ese un drenaje masivo y un aporte financiero notable que hacen los países en desarrollo a los ricos; mucho mayor, por cierto, que la Ayuda Oficial al Desarrollo, sobre la base de un flujo migratorio que es devastador para los países subdesarrollados.
La privatización del conocimiento pone límites a la circulación y recombinación del mismo. Plantea limitaciones al progreso y las soluciones científicas de los problemas. Constituye una barrera significativa para el desarrollo y el papel que en él deben desempeñar la ciencia, la tecnología y la innovación. Agrava las condiciones socioeconómicas de los países en desarrollo.
Baste señalar que en medio de la mayor pandemia que ha conocido la humanidad, solo diez fabricantes concentraron el 70 % de la producción de vacunas contra la COVID-19. La pandemia evidenció con crudo realismo el costo de la exclusión científica y digital, que cobró vidas y amplió las distancias entre el Norte y el Sur.
Como resultado, los países en desarrollo solo llegaron a disponer de 24 dosis de vacunas por cada 100 habitantes, mientras los más ricos disponían de casi 150 dosis por cada 100 personas. Ante el llamado a multiplicar la solidaridad y apartar las desavenencias, el mundo terminó siendo absurdamente más egoísta.
La Organización Mundial de la Salud ha formulado el conocido síndrome del 90/10, según el cual el 90 % de los recursos de la investigación en salud se dedican a las enfermedades que producen el 10 % de la mortalidad y la morbilidad, mientras las que generan el 90 % de estas solo disponen del 10 % de los recursos. Indudablemente a las multinacionales de medicamentos no les interesa que la gente se cure, necesitan que estén enfermos para lograr más ganancias.
Al acudir a los mercados financieros, las naciones del Sur se han enfrentado a tasas de interés hasta ocho veces superiores a las de los países desarrollados. Alrededor de una quinta parte de las economías en desarrollo liquidaron más del 15 % de sus reservas internacionales de divisas para amortiguar la presión sobre las monedas nacionales.
En 2022, 25 naciones en desarrollo tuvieron que dedicar más de una quinta parte de sus ingresos totales al servicio de la deuda externa pública, lo que equivale a una nueva forma de explotación.
El gasto mundial en investigación y desarrollo entre 2014 y 2018 aumentó un 19,2 %, superando el ritmo de crecimiento de la economía mundial del 14,6 %. Sin embargo, continúa altamente concentrado, pues el 93 % lo aportan los países integrantes del G20.
Los recursos necesarios para una solución de fondo a estos problemas existen. Solo en 2022, el gasto militar mundial alcanzó la cifra récord de 2,24 billones, o sea, millones de millones de dólares. ¿Cuánto pudiera hacerse con esos recursos en beneficio del Sur?
Lograr la participación universal inclusiva en la economía digital requerirá invertir en nuestros países, como mínimo, 428 000 millones de dólares para 2030, demanda que puede cubrirse con apenas el 19 % del gasto militar global.
Sin embargo, el Sur pareciera destinado a vivir de las migajas que el actual sistema tiene reservadas para él. El apoyo financiero del Fondo Monetario Internacional a los países menos adelantados y otros de renta baja, desde 2020 hasta finales de noviembre de 2022, no sobrepasa el equivalente a lo que ha gastado la empresa Coca Cola solo en la publicidad de su marca en los últimos ocho años.
Mientras tanto, apenas menos del 2 % de la ya deficiente Ayuda Oficial al Desarrollo se ha dedicado a capacidades de ciencia, tecnología e innovación.
Estimaciones realizadas indican que el 9 % del gasto militar mundial podría financiar en diez años la adaptación al cambio climático, y el 7 % sería suficiente para cubrir el gasto de vacunación universal contra la pandemia.
Una arquitectura financiera internacional que perpetúa semejantes disparidades y obliga a los países en desarrollo a inmovilizar recursos financieros y endeudarse para protegerse de la inestabilidad que el propio sistema genera, que ensancha los bolsillos de los ricos a expensas de las reservas del 80 % más pobre es, sin duda, una arquitectura hostil al progreso de las naciones. Debe demolerse si realmente se aspira a labrar el desarrollo de la gran masa de naciones en desarrollo.
La pandemia de la COVID-19, de la que aún no se libera totalmente el planeta, nos ha dejado lecciones muy duras. Aun cuando se manifestaron valores y virtudes que enaltecen y hubo notables ejemplos de espíritu solidario, lamentablemente, se reveló la naturaleza profundamente inhumana del actual sistema internacional. Predominó la insensibilidad y el egoísmo ante el sufrimiento humano y se impuso el afán de lucro en torno a las vacunas y equipos médicos imprescindibles.
Es esencial encarar una profunda reforma de las instituciones financieras internacionales, tanto en cuestiones de gestión y representación como de acceso a financiación, que tenga debidamente en cuenta los legítimos intereses de los países en desarrollo y amplíe su capacidad de decisión en las instituciones financieras globales.
Es imprescindible exigir el cese de las medidas coercitivas unilaterales y los bloqueos ilegales, como el que se ejerce contra Cuba, recrudecido aún más con la fraudulenta inclusión de nuestro país en la arbitraria y unilateral lista de países que supuestamente patrocinan el terrorismo.
Hasta aquí fragmentos de la exposición que hicimos en nombre de las mayorías, excluídas de los beneficios de la globalización y el desarrollo.
Durante estos días me he preguntado en silencio, escuchando atentamente cada intervención, si existe hoy en el mundo una economía en desarrollo que se haya librado de las consecuencias del desorden global y le esté ofreciendo prosperidad a su pueblo. No oí citar ningún ejemplo.
Tendremos que concluir que la tiranía del mercado al servicio de las economías más poderosas del planeta no solo no ha resuelto ninguno de nuestros problemas, sino que nos ha llevado a caer en lo que mi querido amigo Frei Betto llama la globocolonización.
Queridas amigas y amigos:
¡Gracias por la oportunidad de escucharlos y de escucharme!
Queda mucho por decir y proponer. Por eso los esperamos en La Habana en 2025.
Muchas gracias.