«(…) hombre íntegro a carta cabal, hombre de honradez suprema, de sinceridad absoluta».
(Fidel Castro sobre el Che)
Nos separan 56 años del último combate del Che en el terreno militar, librado en la Quebrada del Yuro, en tierra boliviana.
El desenlace conocido lo transformó de inmediato en precursor contemporáneo de las luchas por la segunda y verdadera independencia de la América Nuestra.
Así, en contraste con lo previsto por sus asesinos, su figura emergió como símbolo imposible de silenciar, entre otras razones esenciales, por el valor intemporal de sus aportes en el terreno de las ideas políticas y la ética revolucionaria.
Por esta razón, urge socializar más y mejor sus concepciones teóricas y sus prácticas políticas, en ambos casos condensadas en una apasionante biografía que inspira su estudio, desde que se conoce la precocidad intelectual del Che cuando era apenas un adolescente, o cuando se toma contacto con la temeridad y la franqueza que le reconocen los amigos de juventud, o cuando nos aproximamos al modo en cómo unió una vasta cultura con el examen crítico de sus experiencias prácticas, en campos como la medicina y la política, la filosofía y la literatura, la guerra revolucionaria y la diplomacia, la gestión de gobierno y la dirección política.
En el campo revolucionario y progresista se le continúa percibiendo con enorme admiración y respeto, pero se desconoce la hondura de sus aportes a la teoría y la práctica revolucionarias, a partir de la aplicación rigurosa que hizo del método histórico y dialéctico de Marx, ayudado por su excepcional capacidad analítica y su rechazo radical a los dogmas.
En Cuba, una razón adicional multiplica la necesidad de estudiarlo.
Esta reside en la importancia de comprender, en toda su magnitud, la validez y la vigencia de sus aportes al inédito proceso de construcción del socialismo en esta parte del Caribe insular.
Es lo que de manera sumaria se muestra a continuación a través de un asunto clave, sobre todo para una Revolución en el poder: el contenido ético del discurso político.
El 28 de julio de 1960 se inaugura por el Che el Primer Congreso Latinoamericano de Juventudes.
El evento se desarrolla en medio de uno de los momentos más tensos de la confrontación entre Cuba y EE. UU.
La potencia del Norte multiplica por día las presiones económicas y diplomáticas, y estimula las más diversas agresiones contra la Revolución, cuya máxima dirección aplica la política martiana de «plan contra plan»; o sea, una respuesta firme ante cada agresión.
El 6 de agosto de ese año, el líder histórico de la Revolución, el Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, clausura el Congreso.
Ese día anuncia que EE. UU. se queda sin sus principales propiedades en territorio cubano, que serían nacionalizadas en acto legítimo y soberano.
Es en este contexto de radicalización revolucionaria que el Che habla.
Él conoce que los delegados e invitados han llegado con muchas dudas, interrogantes, y hasta con cuestionamientos a los rumbos de la Revolución.
Lo admite como un hecho natural y, con serena naturalidad, expone sus puntos de vista.
En el inicio de su intervención, afirma: «los brazos de toda Cuba están abiertos para recibirlos a ustedes, y para mostrarles aquí lo que hay de bueno y lo que hay de malo, lo que se ha logrado y lo que está por lograrse, el camino recorrido y el que falta por recorrer…».
Los que esperaban una intervención apologética y de carácter publicitario, deben haberse quedado, como mínimo, sorprendidos.
Acto seguido, apela a un recurso recurrente en los discursos de Fidel, y en los suyos, el de las preguntas de interés para los interlocutores: «¿Qué es la Revolución Cubana? ¿Cuál es su ideología?» Y enseguida surgirá la pregunta, que se harían adeptos y contrarios: «¿Es la Revolución Cubana comunista?».
Conoce el carácter polémico de esta última interrogante. ¿Cómo la aborda, siendo consciente de que ese sería, en algún momento, el rumbo político e ideológico de la Revolución? Responde mediante una argumentación que podría figurar como paradigma para la diplomacia y los diálogos políticos de alto nivel:
«Si a mí me preguntaran si esta Revolución que está ante los ojos de ustedes es una revolución comunista, después de las consabidas explicaciones para averiguar qué es comunismo (…) vendríamos a caer en que esta Revolución, en caso de ser marxista y escúchese bien que digo marxista, sería porque descubrió también, por sus métodos, los caminos que señalara Marx».
A continuación, expone ejemplos que prueban la inseparable interacción entre política interna y política externa; demuestra cómo la Revolución se desarrolla y triunfa mediante un permanente aprendizaje mutuo entre la vanguardia revolucionaria y el pueblo, que se transforma progresivamente en garante cada vez más consciente de ella; e insiste con marcada intencionalidad en que la dirección de la Revolución fue adoptando las medidas que el pueblo necesitaba y pedía, no pensando en los ataques externos del imperialismo ni en las resistencias internas de los aliados de este.
Subraya, como asunto de principio, que jamás la Revolución Cubana aceptará humillarse ante nada ni ante nadie.
Frente a la secuencia de presiones para que Cuba dejase de tener relaciones con la urss y otros países socialistas de la época que le habían brindado apoyo material y político, y ante las recomendaciones para que adoptase medidas «moderadas» que evitasen las reacciones hostiles del imperio y sus aliados, responde: «Y estábamos dispuestos aquí, nosotros con nuestro pueblo, a aguantar hasta las últimas consecuencias de nuestra rebeldía».
En virtud del derecho y de la demostrada capacidad de la Revolución para resistir y vencer, el Che llega al tema central de estos apuntes: el principio ético de hablar claro y desde la verdad.
Lo expresa así: «Cuando la Revolución Cubana habla, podrá estar equivocada, pero nunca dice una mentira…».
Luego de abordar importantes realidades del continente, vuelve a asuntos relevantes de la Revolución que sus interlocutores debían entender.
Los argumenta a partir de esta perspectiva simultáneamente objetiva y ética: destaca los logros, pero no elude mencionar los errores, y siempre apunta las soluciones posibles para estos últimos.
Tres expresiones suyas ilustran esta lógica política:
«No quiero decirles yo lo que tiene de bueno; ustedes podrán constatar lo que tiene de bueno.
«Que tiene mucho de malo, lo sé; que hay mucha desorganización aquí, yo lo sé. Todos ustedes ya lo sabrán (…).
«Pero lo que yo sé, y quisiera que todos ustedes supieran, es que esta Revolución se hizo siempre contando con la voluntad de todo el pueblo de Cuba, y que cada campesino y cada obrero, si maneja mal el fusil, está trabajando todos los días para manejarlo mejor, para defender su Revolución (…)».
Este estilo discursivo, sincero y guevariano de comunicar, permite quebrar la barrera del tiempo histórico que sirvió de escenario a sus palabras.
Vistas estas, 63 años después, permiten hacer las siguientes inferencias, pertinentes por su utilidad actual (validez), y procedentes para el momento histórico que vive la Revolución (vigencia): el discurso político revolucionario debe cuidar con celo que las realidades expuestas sean constatables por todos aquellos a quienes van dirigidas; proceder con esta honestidad no solo potencia la confianza política en el dirigente revolucionario que habla, sino también su autoridad moral, y multiplica la credibilidad de la causa que él representa.
Este modo de proceder confirma, además, que la ética política no es una abstracción, sino una conducta posible de contenido concreto, capaz de inducir a un pueblo politizado, como es el caso del cubano, a encarar con éxito dificultades y obstáculos al parecer irresolubles.
La fuerza del factor conciencia puede multiplicarse en tiempos difíciles. Así lo confirma la historia contemporánea de la Revolución.
En resumen, este discurso del Che, tanto como la carta que hace a Fidel el 26 de marzo de 1965, constituyen monumentos a la palabra veraz.
En este punto, el Che honra la convicción de José Martí: «Mejor sirve a la Patria quien le dice la verdad».