Por: Nadiuvis Sánchez Benítez. Presidenta de la Asociación de Comunicadores Sociales en Granma.
En una de las calles céntricas de Bayamo, donde el sol se asoma tímidamente entre las casas, se escucha el murmullo de risas infantiles. Es un lugar donde la inocencia se mezcla con la generosidad, y donde los corazones laten al unísono en un acto de solidaridad que trasciende ciudades.
Esta es la historia de Helen, una niña que, a su corta edad, ha decidido que compartir es más valioso que poseer.
Helen es como cualquier otra niña de su edad: curiosa, juguetona y llena de sueños. Sin embargo, hay algo que la distingue: su capacidad de empatizar con aquellos que no tienen tanto.
Cuando le comentaron sobre la posibilidad de vender sus zapatos, esos que ya le quedaban pequeños y que habían sido testigos de sus travesuras, su reacción fue inmediata. “No”, dijo con una firmeza que sorprendió a los adultos a su alrededor. “Estos zapatos quisiera verlos puestos en los pies de alguna niña guantanamera”.
La decisión de Helen no fue un simple acto de generosidad; fue un reflejo de su esencia.
En un mundo donde el consumismo a menudo eclipsa el valor de la solidaridad, ella ha optado por un camino diferente.
En su mente, esos zapatos no eran solo un objeto; eran una oportunidad para que otra niña pudiera correr, jugar y soñar, tal como ella lo ha hecho.
Pero la historia no termina ahí. Helen también decidió donar muchas de sus ropitas, esas que aún conservan el aroma de su infancia y las risas compartidas. Al hacerlo, no solo liberó espacio en su armario; también liberó amor.
Cada prenda que entregó era un trozo de su vida, un símbolo de su crecimiento y, sobre todo, un gesto hacia otros niños que, como ella, merecen tener una buena infancia.
Esta acción se ha replicado positivamente entre vecinos, amigos y familiares. Las donaciones han crecido, y cada vez más personas se suman a la causa de los hermanos guantanameros que hoy atraviesan una dura situación trás el paso de la tormenta tropical Oscar.
Está actitud nos recuerda que la verdadera riqueza no radica en lo que poseemos, sino en lo que estamos dispuestos a compartir. En tiempos difíciles, donde las noticias suelen ser sombrías, el acto desinteresado de una niña nos invita a mirar hacia adentro y preguntarnos: ¿qué podemos hacer ahora por los demás?
Los zapatos de Helen llevan consigo una historia que va más allá del simple calzado. Son un símbolo de amor y solidaridad que cruzan distancias, recordándonos que cada pequeño gesto cuenta y que cada niño tiene el poder de cambiar el mundo, aunque sea un paso a la vez.
