Bayamo en 26: Héroes y mártires de la epopeya

A principios de la década de 1950, el panorama político en Cuba estaba tan desmoralizado, que el pueblo sólo creía en el ascenso al poder del Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo), virtual ganador de las elecciones convocadas para el 1 de junio de 1952.

A principios de la década de 1950, el panorama político en Cuba estaba tan desmoralizado, que el pueblo sólo creía en el ascenso al poder del Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo), virtual ganador de las elecciones convocadas para el 1 de junio de 1952.

Sin embargo, el general  Fulgencio Batista dio un golpe de Estado apoyado por la CIA, el 10 de marzo de ese año. Para justificar la violenta acción anticonstitucional, el usurpador alegó que Carlos Prío tenía sumido al país en la bancarrota, donde las drogas y el juego eran elementos habituales en el acontecer de la Isla.

La verdad era que Prío fue suprimido de la escena política porque se estaba distanciando de los intereses de Washington, no a favor de la burguesía doméstica y mucho menos las masas trabajadoras, sino de su propio bolsillo.

Ahora, el rutilante servidor del imperio yanqui, bien conocido desde 1933, cuando traicionó al movimiento revolucionario que destruyó la dictadura de Machado, no hizo otra cosa que agravar la ya caótica situación económica y social del país, de manera ilegal y sangrienta.

En estas tristes circunstancias, un hervidero de jóvenes progresistas denunciaba la ilegalidad y los crímenes del régimen batistiano, mucho más afrentoso porque el 28 de enero de 1953 debía celebrarse el centenario del natalicio del Apóstol de la Independencia de Cuba, José Martí Pérez.

Pero, el 26 de julio de ese año, animados por las ideas de Martí y bajo el liderazgo del abogado Fidel Castro,

decenas de jóvenes, representativos de la Generación del Centenario, asaltaron a los cuarteles Guillermo Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, en las ciudades de Santiago de Cuba y Bayamo, respectivamente.

¿POR QUÉ BAYAMO?

Desde la primera edición de La Historia me absolverá (1954), Fidel Castro señaló: “Una vez en poder nuestro la ciudad de Santiago de Cuba, hubiéramos puesto a los orientales inmediatamente en pie de guerra”.

Respecto al valor estratégico del ataque al Carlos Manuel de Céspedes, alegaba: “A Bayamo se atacó precisamente para situar nuestras avanzadas junto al río Cauto”.

En sentido general, Fidel tenía en cuenta la tradición “guerrera y patriótica” de los orientales desde la cruzada independentista, donde habían ofrecido el mayor tributo de sangre, sacrificio y heroísmo. Por eso, subrayaba: “En Oriente se respira todavía el aire de la epopeya gloriosa, y, al amanecer, cuando los gallos cantan como clarines que tocan diana llamando a los soldados y el sol se eleva radiante sobre las empinadas montañas, cada día parece que va a ser otra vez el de Yara o el de Baire”.

La conquista del cuartel de Bayamo pondría a los insurgentes en la frontera natural del río Cauto y sería un firme baluarte opuesto al avance de tropas de Holguín y Manzanillo. Para impedir cualquier avance desde esas direcciones, se debía proceder a volar los puentes de los ríos Cauto y Bayamo y destruir las líneas ferroviarias.

Además, el comando de la Ciudad Monumento tenía la misión de ocupar la emisora de Radio Bayamo, canal de trasmisión con el pueblo sobre la marcha de la obra revolucionaria, y la oficina de correo y telégrafo, para neutralizar las comunicaciones entre Oriente y Camagüey.

EL HOSPEDAJE GRAN CASINO

La víspera de las acciones, los comprometidos fueron arribando a los lugares seleccionados, usando distintos medios de transporte. A Bayamo llegaron 27 combatientes, puestos bajo el mando de Raúl Martínez Ararás.

En el hospedaje Gran Casino se reunieron todos, para guardar las armas y los equipajes. Luego Martínez Ararás los autorizó a pasear por la histórica y bella ciudad.

La medida estaba acorde con la espera en el hospedaje, a las nueve de la noche, de la visita de Fidel Castro. Este fue un momento muy emocionante para Raúl Martínez, Orlando Castro García y Ramiro Sánchez Domínguez, los únicos que lo recibieron.

El jefe supremo de la operación precisó los detalles del plan de ataque, las misiones a cumplir una vez tomado el cuartel, el carácter voluntario de la participación y se sincronizaron los relojes, para que los asaltos fuesen simultáneos, a las 5 y 15 de la madrugada.

El armamento consistía en escopetas de caza calibre 12 y 16, fusiles calibre 22 y algunos revólveres y pistolas.

Un hombre de Bayamo, Elio Rossete Cuesta, debía guiar a los hermanos Raúl y Mario Martínez Ararás hasta la posta principal. Ellos irían uniformados como guardias rurales y convencerían a los militares de pasar el resto de la noche allí, porque en la mañana debían seguir a Camagüey. Una vez dentro del cuartel, a la hora señalada, procederían a neutralizar la mencionada posta y, de esta manera, facilitar la entrada del comando.

A partir de la 10 de la noche, regresaron los combatientes; sin embargo, faltaron cuatro, entre ellos Elio Rossete.

A las 4 y 30 de la madrugada, Raúl Martínez pronunció una arenga, en la cual expuso el plan de ataque a la fortaleza bayamesa y que sería una acción simultánea con el asalto al cuartel Moncada, dirigido personalmente por Fidel Castro. De esta manera, todos supieron a lo que habían llegado a Bayamo. Seguidamente, habló acerca del carácter voluntario de la participación. Sólo uno desechó intervenir en la operación.

Ante la incertidumbre por los ausentes y posibles delaciones, Raúl Martínez decidió asaltar el cuartel de Bayamo desde la parte trasera.

EL ATAQUE

La posta trasera se percató del avance del grupo de hombres, al escuchar los ruidos de unas latas y la inquietud de los caballos en la caballeriza. El cabo Indalecio Estrada Calderón accionó una subametralladora Thomson calibre 45, y contó con el apoyo de otros ocho soldados armados de fusiles Springfield.

El atacante Orlando Pérez- Puelles recibió un balazo en el muslo derecho, y entre los defensores del cuartel eran heridos los soldados Juan Pastor Navarro Medina, en el brazo izquierdo, y Antonio Blanco Rodríguez, a sedal en la boca y el cuello.

En medio del fuego, los asaltantes gritaban enardecidos: “¡Abajo la tiranía! ¡Viva Cuba libre!”, según recordaría el combatiente Ramiro Sánchez Domínguez.

Ante la imposibilidad de avanzar, unos 25 minutos después, Raúl Martínez dio la orden de retirada.

Pero aún faltaba una acción más. En el parque San Juan, Antonio López Fernández, conocido por Ñico, atacó un jeep militar que avanzaba por la calle Martí. De este modo, causó la muerte del sargento primero Gerónimo Ramón Suárez Camejo, segundo jefe de la Policía de Bayamo, y la fuga del soldado Andrés Sosa Beritán.

A la vista de algunos vecinos de Bayamo, Ñico López comunicó:“¡Bayameses, hemos venido a tumbar a la rata, hay que tumbar al tirano!”, al tiempo que los otros combatientes empezaron a gritar las consignas: “¡Abajo Batista! ¡Viva a la Revolución!”

MUERTE Y DOLOR

El dictador Batista decretó el estado de sitio en Oriente y la suspensión de las garantías constitucionales en todo el territorio nacional. A la vez, ordenó al coronel Alberto del Río Chaviano asesinar a todos los prisioneros, y Chaviano le dijo lo mismo al teniente Antonio Roselló Pando, jefe del cuartel Céspedes.

En las cercanías del cuartel, cayeron en poder de los militares Mario Martínez y José Testa Zaragoza, quienes resultaron torturados y asesinados dentro de la fortaleza.

Tras ser detenidos en Manzanillo, Hugo Camejo Valdés, Pedro Véliz Hernández y Andrés García Díaz negaron su participación en los ataques. Sin embargo, a la medianoche, el sargento Abraham de la Paz Torres los montó en un jeep, para conducirlos a Bayamo; pero, en la entrada del callejón del central azucarero Sofía, los golpearon salvajemente con las culatas de los fusiles, hasta dejarlos por muertos. No obstante, a fin de estrangularlos, les ataron al cuello una soga de cáñamo y los arrastraron con el jeep.

En medio del terraplén quedaron tendidos. A las cinco de la madrugada, Andrés García recuperó el conocimiento, no así los otros dos. Entonces se alejó del siniestro lugar y, ayudado por campesinos, logró sobrevivir hasta ser entregado con todas las garantías para su vida. De esta manera, pudo denunciar el hecho en el juicio del Moncada.

En la finca Los Arroyos, al norte de la ciudad de Bayamo, detuvieron a Pablo Agüero Guedes y Lázaro Hernández Arroyo, y poco después, en otros sitios, a Rafael Freire Torres y Luciano González Camejo. Conducidos al cuartel, sufrieron terribles torturas. En la madrugada del 27 de julio, los llevaron en jeep hasta la finca Ceja de Limones, cerca del aeropuerto Vega, donde fueron ultimados con varios disparos.

Los militares simularon la ocurrencia de un combate, poniendo armas en sus manos. Pero los visibles azotes en sus cuerpos y los dientes y uñas sacados delataban el espantoso crimen.

En tanto, Rolando San Román de la Llana y Ángel de la Guardia Guerra lograron llegar hasta Limoncito, cerca del poblado de Mir, donde pensaban abordar un tren hacia La Habana. En este punto, fueron capturados por cuatro guardias rurales de Mir y conducidos al cuartel Moncada. El 28 de julio, los llevaron a la finca El Conuco, en las cercanías del poblado de El Caney, donde fueron liquidados, junto a atacantes del Moncada.

LA SOLIDARIDAD DEL PUEBLO

Viéndolos como luchadores antibatistianos, los bayameses, tanto de la ciudad como del campo, brindaron su ayuda a los asaltantes. Gracias a ello, la mayoría de los integrantes del comando revolucionario  preservó la vida.

Después de tres días de terror, aplacado por la presión de la opinión pública, los detenidos eran llevados a las cárceles. En septiembre, comenzaron los juicios, y fueron condenados a hasta 15 años de prisión.

En el discurso conmemorativo por el XX aniversario del asalto a los cuarteles de Oriente, el 26 de julio de 1973, Fidel Castro expresó:“Era necesario enarbolar otra vez las banderas de Baire, de Baraguá y de Yara. Era necesario una arremetida final para culminar la obra de nuestros antecesores…”

Las acciones del 26 de julio, aunque constituyeron un revés militar, desencadenaron sucesos de continuidad de lucha revolucionaria que permitieron alcanzar el objetivo de la liberación nacional definitiva. Aportaron valiosas experiencias para la organización de la expedición del yate Granma y la lucha guerrillera en la Sierra Maestra.

Fuentes: Fidel Castro: La historia me absolverá (1954) y Mario Mencía Cobas: El grito del Moncada (1986) y Moncada: la respuesta necesaria (2013)

La Demajagua

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