A menudo, por ciertos medios extranjeros, se da como un hecho que en Cuba el salario mínimo es de una decena de dólares. Se toma el rango inferior de la escala salarial, indicado en CUP, y se divide entre lo expresado por el mercado negro de divisas. Esto, más que exagerada simplificación, con frecuencia es una manipulación con intereses políticos.
No estoy restándole severidad a nuestra crisis; solo diciendo que ese no es el número.
En realidad no es tarea sencilla llegar a él, pero en cualquier país donde el salario es inferior a 50 centavos de dólares diarios, la hambruna es extrema.
Y cuando digo hambruna, no me refiero a saltarse una merienda o un desayuno, sino a esa condición humana prolongada y generalizada de no consumir alimentos por largos periodos de tiempo, consecuencia de lo cual cada día mueren miles de personas en el mundo y cientos de millones padecen desnutrición severa.
Nuestro país está muy lejos de ese panorama.
Ciertamente, numerosas personas en Cuba complementan sus necesidades de consumo con bienes adquiridos en las tiendas de MLC, pero referenciar nuestros ingresos personales a una moneda extranjera induce a errores de evaluación.
En el tamaño de toda la economía, la importancia de este segmento es mucho menor respecto del mercado en CUP. Les pondré un sencillo ejemplo.
En el año 2000 no hablábamos de inflación.
El cambio era de 25 pesos por dólar, y el salario mínimo de 210 CUP, mientras hoy el salario mínimo es de 2100 y el cambio informal está alrededor de 250 por uno. O sea, si en ambos periodos dividimos el salario mínimo entre las tasas de cambio correspondientes, veremos que el resultado es idéntico: 8,40.
¿Qué indica esto? Entre otras cosas, lo que antes apuntábamos: el segmento de mercado más importante para el cubano medio es donde se adquieren bienes y servicios en moneda nacional.
Y es precisamente en este donde se tiene el mayor déficit de productos de primera necesidad, causa fundamental de la inflación. Indica también, por tanto, que no es la libre flotación cambiaria la que resolvería la crisis, más bien la agravaría derivándola en lo que se conoce como estanflación (inflación + recesión).
El impacto de una libre flotación cambiaría no solo sería devastador para el ciudadano medio, sino que, paradójicamente, agravaría la falta de oferta.
Imagine que de repente la electricidad cueste diez veces más cara, mientras su salario es el mismo.
También habría que multiplicar por diez el precio de los combustibles, y ambos factores provocarían una espiral de precios en el resto de los bienes y servicios.
En el caso de las empresas, en un minuto verían reducida hasta en un 90 % la capacidad de compra de lo depositado en sus cuentas de operaciones corrientes en moneda nacional.
Si un día antes adquirían MLC a una tasa de 25 por 1, de pronto lo harían, digamos, a 250 por 1, de modo que no tendrían capital suficiente para adquirir materias primas, materiales, combustibles y energía: recursos que, por demás, serían mucho más costosos.
¿Resultado?: quiebras generalizadas, aumento del desempleo, y menos disponibilidad de bienes y servicios.
Caos total.
No es de extrañar entonces que desde algunos medios extranjeros, proverbialmente inamistosos con Cuba, se nos recomiende semejante medida.
Enfrentar la inflación pasa por producir más con nuestros propios esfuerzos, y sin renunciar a los logros sociales.
Urge superar secuelas de la pandemia que deprimieron el turismo y las exportaciones, y hay que hacerlo en medio de una situación muy hostil por el recrudecimiento del bloqueo, y una inflación inducida desde el exterior.
Hoy los bienes importados son cada vez más caros, sobre todo los alimentos.
Por ejemplo, respecto de 2019, el trigo ha incrementado su precio en un 46 % y el aceite comestible en un 82. Desde luego, también es necesario superar deficiencias internas que permitan ahorrar recursos y aumentar la productividad del trabajo.
Son metas realmente difíciles, pero este país nunca las ha tenido fáciles.
Y aquí seguimos.