
El contexto era crítico: apenas unos meses después del intento fallido de la invasión de Bahía de Cochinos, patrocinada por Estados Unidos, el sentimiento de asedio y la necesidad de defensa se palpaban en el aire.
Fue en este escenario donde se gestó una de las organizaciones de masas más emblemáticas de Cuba: los Comités de Defensa de la Revolución (CDR).
Fidel, con su discurso directo y enérgico, explicó la urgencia de la nueva organización a partir de la cual se gestaría un sistema de vigilancia colectiva y popular.
Su misión primordial era clara: defender el proyecto revolucionario desde la base, desde cada barrio y cada cuadra, para identificar y neutralizar cualquier acción contrarrevolucionaria o sabotaje que pudiera surgir desde dentro del país.
“Vamos a establecer un sistema de vigilancia colectiva revolucionaria”, proclamó, “donde todo el mundo sepa quién es y qué hace el vecino”.
La idea era simple en su concepción, pero profunda en su alcance.
Se trataba de convertir a la población civil en el primer frente de defensa, en los ojos y oídos de la Revolución.
Los CDR se estructuraron desde el principio en las comunidades, organizándose por manzanas o cuadras, con líderes o responsables voluntarios que eran elegidos democráticamente entre los propios vecinos.
Este carácter de base le otorgó una capacidad de penetración social sin precedentes.La respuesta fue masiva e inmediata.
Millones de cubanos se integraron en la organización, que rápidamente tejió una red nacional que abarcaba todo el territorio.
En cuestión de meses, los CDR dejaron de ser una idea para convertirse en una realidad tangible en la vida de casi todos los ciudadanos.
La vigilancia vecinal se institucionalizó, creando un mecanismo de control social que, para el gobierno, era un escudo protector.Sin embargo, la historia de los CDR no se limitó a su función inicial de defensa y vigilancia.
Pronto, su papel comenzó a expandirse. Reconociendo su inmensa capacidad de movilización y su arraigo comunitario, la organización asumió una multiplicidad de tareas sociales.
Se convirtieron en el brazo ejecutor de campañas de salud pública, promoviendo la vacunación y la higiene. Fueron pilares en las campañas de alfabetización y en la organización de actividades educativas y patrióticas.
Su labor se extendió a la esfera económica, apoyando la producción local y la distribución de recursos.
Asumieron la tarea de proteger el medio ambiente en sus comunidades y de organizar donaciones de sangre, entre muchas otras iniciativas.
Esta multifuncionalidad les permitió posicionarse como una organización indispensable en la vida cotidiana de los cubanos, más allá de los fines de su origen.
Así, los Comités de Defensa de la Revolución, nacidos en un momento de máxima alerta como un sistema de alarma y defensa popular, evolucionaron para convertirse en el entramado que sostiene gran parte del tejido social cubano.