Por Luis Carlos Frómeta Agüero
Vivió rodeado de mangos, zapotes y piñas, que comercializaba en la ciudad, a precios no abusivos y pasó la infancia pegado al surco, en compañía de un perro sato a quien cantaba siempre la misma estrofa:
Mandé a mi perro Trabuco
al monte a cazar jutía
me dijo que no podía
caminar por los bejucos…
Por cuestiones de la vida, nunca simpatizó con su segundo apellido, porque al decir de la abuela Tomasa, los Astengo, no se abstienen. Eso no es de hombre de monte adentro y loma arriba:
-Pasas al frente o quedas tendido en medio de la guardarraya-, sentenciaba.
Triple A era un tipo completamente analógico, como los de su tiempo; le costaba trabajo comprender por qué los muchachos de ahora quieren ser futbolistas o youtubers y no como antes, peinados al estilo del Rey del rock and roll, Elvis Presley, o con pantalones anchos, a la usanza de El Bárbaro del Ritmo, Benny Moré:
-¡Qué vergüenza!- decía, cuando alguien le tocaba uno de los temas mediáticos.
Un día amaneció preocupado, sin hablar. El color aindiado de su rostro se tornaba cada vez más intenso, no tomó café, ni invadió con humo su casita de tablas de palma, con el habitual tabaco. Aquel inusual comportamiento anunciaba que algo no marchaba bien.
Caminaba despacio, muy despacio, como en cámara lenta, separando las piernas más allá de la dimensión de sus hombros. Echó hacia atrás el desgastado sombrero de yarey y arrimó el taburete a su compadre Ezequiel, dispuesto a confesar el mal que le embargaba.
-Mire, compay, nosotros somos yagua de un mismo palo y quién mejor que usted para saber lo que sucede.
Llenó los pulmones del aire puro de la montaña y con voz pausada inició el recuento:
-Hace dos semanas, una vecina, de regreso al barrio, me estuvo sacando fiesta. Recordé los consejos de abuela y dije:
-Triple A, esta mujercita está revolcá contigo. Pasas al frente o quedas tendido en medio de la guardarraya, porque los Astengo no se abstienen. Y sin pensarlo tanto, le fui pa’rriba a la fiera.
“Como pasó muchísimos años en el pueblo, conocía los adelantos que acá en el lomerío, no se conocen, y antes de empezar en el jueguito de mira a ver quién viene, me colocó un estuchito de nailon en la cañonera. Dijo que era para no salir en estado.
“Yo nunca lo había usado y, para complacerla, acepté. Han pasado dos semanas de aquello y te juro por abuela Tomasa que no aguanto más.
Lo siento por ella, pero me voy a quitar ese nailito y si sale preñá, crio al muchacho o dejo de llamarme Anselmo Aguirre Astengo. ¡Qué cará!