Bajo el sol incansable de Niquero, en la provincia cubana de Granma, la historia de Bernardo Tallo Guitián, conocido como Nando, se entrelaza con los surcos de la tierra que lo vio nacer hace 83 años.
Su vida es un testimonio de sudor, amor y resistencia, un legado que hoy florece en los campos de la Cooperativa Alberto Guevara y en el corazón de su familia.
Nando nació en 1940, en un hogar donde el aroma de la caña de azúcar era tan familiar como el aire. Su padre, un colono dueño de cañaverales, lo llevó desde los 11 años a aprender el oficio que marcaría su destino.
Con una guataca en manos pequeñas y la mirada fija en el horizonte, comenzó como narigonero, guiando yuntas de bueyes para trazar surcos perfectos. “Era duro, pero la tierra no perdona flojeras”, recuerda con una sonrisa que delata orgullo.
En 1961, cuando la Revolución Cubana impulsó la creación de la Asociación Nacional de Agricultores Pequeños (ANAP), Nando, con apenas 21 años, fue de los primeros en unirse.
“Aquello era como sembrar esperanza”, confiesa. Su entrega “en cuerpo y alma” lo llevó a asumir roles de liderazgo en Niquero y Pilón, defendiendo a los campesinos en épocas de escasez y transformación.
“No había tractores, pero teníamos bueyes y voluntad”, repite, evocando las décadas de trabajo colectivo.
Su vida no solo se cultiva en el campo. Junto a Mirella Regalón, su esposa por 25 años, construyó un hogar donde el amor se mide en cosechas y cuidados.
“Ella es más campesina que yo”, admite, agradecido por su dedicación a los animales, la casa y su propia salud. Juntos criaron tres hijos: Yunior, Ada Irma y Emilio, quienes heredaron su pasión por la tierra. Emilio, el menor, hoy preside la CCS Alberto Guevara y es miembro del Comité Nacional de la ANAP.
“Le pasé la batuta, pero él ya tenía su propia fuerza”, dice Nando, con lágrimas fugaces.
Para Nando, la tierra no es solo sustento; es un pacto sagrado. “Ella da alimentos y dinero, pero también vida”, reflexiona. Por eso, pide que al morir, su cuerpo descanse directamente en el suelo que trabajó.
“Que me convierta en abono, para seguir sirviendo”, susurra, mientras acaricia un puñado de tierra negra.