El encuentro, antesala de la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Clima (COP30) que abrirá oficialmente el lunes, dejó un mapa político nítido: acelerar la transición energética, ampliar la financiación climática y proteger los bosques tropicales son hoy deberes inaplazables.
Los compromisos anunciados, como el Fondo para los Bosques Tropicales (TFFF), el acuerdo sobre combustibles sostenibles y una nueva coalición para los mercados de carbono, revelan voluntad de cambio, pero también la magnitud de los desafíos que enfrentan las negociaciones venideras.
El presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, imprimió a la cita un tono de urgencia moral. «En un escenario de inseguridad y desconfianza, los intereses egoístas prevalecen sobre el bien común», advirtió al inaugurar el foro, exigiendo que la COP30 «sea la COP de la verdad».
Lula presentó el TFFF, un fondo de 125 mil millones de dólares destinado a preservar los grandes bosques del planeta, en especial la Amazonia, y convertir su conservación en un activo económico para los países del Sur.
Tal propuesta ofrece pagos anuales por hectárea conservada, transformando la selva en fuente de riqueza sostenible y alternativa frente a la tala indiscriminada. El mandatario anfitrión consideró el caudal como uno de los logros más concretos que podrían emerger de la COP30.
«El corazón de la Amazonia es el termómetro del planeta», subrayó, evocando la simbología de que sea precisamente Belém la sede de una cumbre en la se decide el destino del clima global.
Recordó que 2024 fue el primer año en que la temperatura media mundial superó en más de 1,5 grados los niveles preindustriales. «La ciencia advierte que esta tendencia persistirá, pero no debemos renunciar al objetivo del Acuerdo de París», insistió.
La Declaración de Belém sobre Hambre, Pobreza y Acción Climática Centrada en las Personas, respaldada por 43 países y la Unión Europea, emergió como el nuevo pacto moral de la cita.
El texto coloca la protección de los más vulnerables en el centro de la acción climática, reconociendo que los impactos del calentamiento golpean con mayor fuerza a comunidades pobres, rurales e indígenas.
Al respecto, el gobernante brasileño exigió a las potencias dejar de cobrar intereses sobre los fondos verdes al Sur Global y reclamó reparaciones climáticas. «La Tierra es una, la humanidad es una. La respuesta debe venir de todos», proclamó.
Pidió además reforzar el multilateralismo como única vía para evitar el colapso climático. «Sin cooperación internacional no habrá solución posible», recalcó, reconociendo que el mundo aún está lejos de cumplir las metas del Acuerdo de París.
Reafirmó que las Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional (NDC) siguen siendo el instrumento más tangible para un desarrollo sostenible, aunque advirtió que la falta de financiamiento justo frena el avance de los países más pobres.
También ponderó el potencial de los mercados de carbono como herramienta de justicia climática, siempre que existan reglas claras, transparencia y equidad.
Al cerrar su intervención, Lula pronunció una frase que quedó flotando en el aire húmedo de Belém: «Guardar silencio es condenar, una vez más, a los condenados de la Tierra».
Su eco resumió el espíritu de una cumbre que, desde el corazón verde del planeta, intenta rescatar la esperanza antes de que el tiempo se agote.



