Tomado de Cubavisión Internacional
Por: César Gómez Chacón

En las actuales circunstancias que vive Cuba, en medio de la guerra real y virtual que le hacen la potencia imperialista más poderosa de la historia y sus lacayos, merecen recordarse algunos momentos de la historia patria. Las mentiras de la propaganda anticubana caen por su propio peso.
Batista, un exsargento devenido general, el llamado “hombre fuerte” entre 1934 y 1944, sabía que en las cercanas elecciones no tenía posibilidad alguna de reelegirse como presidente. Ya el experto manipulador político había ostentado la máxima legislatura entre 1940 y 1944. Pero en lo adelante siempre estuvo tras bambalinas, en espera del momento preciso para dar el zarpazo.
A las puertas de 1952, la corrupción, la dependencia de los Estados Unidos y las crecientes desigualdades sociales y económicas en Cuba eran los principales factores desestabilizadores del panorama político nacional. El presidente Carlos Prío Socarrás, con su desgobierno abiertamente corrupto, fue la gota que desbordó la copa.
Por su parte, las fuerzas más progresistas del país, representadas por el Partido Ortodoxo, aún no lograban recuperarse ni aunar liderazgo tras el suicidio en vivo, ante los micrófonos radiales, de su líder Eduardo Chibás, quien se preveía como seguro ganador de las elecciones presidenciales previstas para junio de ese mismo año.
A pesar de la desaparición física de Chibás, el apoyo popular ganado por los ortodoxos les brindaba grandes posibilidades de acceder al gobierno. Fue en realidad lo que Batista quería impedir con el cuartelazo.

Las intríngulis de la doble traición
El golpe militar del 10 de marzo fue el resultado de dos conspiraciones independientes: una tenía como jefe al capitán Jorge García Tuñón y estaba compuesta por jóvenes oficiales en activo, cuyo objetivo manifiesto era detener la corrupción y convocar a otras elecciones que restituyeran la confianza del pueblo en la Constitución de 1940.
El segundo complot, liderado por Batista, tenía pocas posibilidades de éxito, pues los más acérrimos seguidores del sargento-general habían sido depurados por los gobiernos precedentes y a la fecha estaban fuera de los mandos militares, por lo cual muy poco podían hacer para organizar una intentona golpista.
Lo cierto es que era realmente bajo y poco popular el liderazgo de Tuñón, mientras que Batista era un apellido que “sonaba”. De ahí que ambos grupos conspirativos acordaron fundirse en uno. Pero –según lo pactado- el capitán Tuñón asumiría la jefatura del golpe. Fue él quien impartió las primeras órdenes de iniciar la acción aquella madrugada del 10 de marzo.
Pero todo cambió al llegar los complotados al campamento de Columbia. Batista comenzó a hablarle al pueblo que se congregó allí, y a impartir órdenes a los militares del cuartel. Movió todas sus influencias para poner bajo su mando al resto de las guarniciones habaneras y otras del país. Tarde comprendieron Tuñón y los suyos que el astuto general se había robado el liderazgo del golpe. La doble traición lo llevó nuevamente al poder.

La Revolución como respuesta a la opresión
El golpe de estado de Batista puso fin a la caricatura de democracia representativa en Cuba, pero en su lugar fue implantada la más férrea dictadura, una orgía de sangre y horror que se prolongaría por casi siete años y que dejaría un saldo de más de 20,000 cubanos muertos. A la profunda inestabilidad social y política el régimen sumó el sometimiento sin límites de Cuba a los intereses económicos y políticos de los Estados Unidos.
Una jauría de connotados asesinos como Esteban Ventura Novo, Pilar García, Conrado Carratalá, Rafael Salas Cañizares y muchos otros cometieron los más abominables crímenes contra líderes y combatientes del movimiento revolucionario cubano, y también contra personas inocentes a veces por el solo hecho de suponerlos parte de la oposición.
En un régimen de verdadero terror se cometieron los asesinatos en los cuarteles Moncada y Goicuría, tras los desembarcos del Granma y del Corinthya, durante las llamadas Pascuas Sangrientas, y los hechos de Humboldt 7, del 30 de noviembre y del 13 de marzo por solo citar algunos. Todos los días amanecían personas, fundamentalmente jóvenes, asesinadas en las calles de las ciudades y pueblos, y en las cunetas de los caminos.
Fue el propio pueblo quien, con su lucha armada en la Sierra Maestra, y las acciones del movimiento revolucionario clandestino en las ciudades puso fin a la dictadura de Fulgencio Batista el 1.° de enero de 1959.
El 8 de enero entraba en La Habana, al frente del victorioso Ejército Rebelde, el Comandante en Jefe Fidel Castro, aquel joven abogado que unas horas después del cuartelazo del 10 de marzo había denunciado públicamente:
“Otra vez las botas; otra vez Columbia dictando leyes, quitando y poniendo ministros; otra vez los tanques rugiendo amenazadores sobre nuestras calles; otra vez la fuerza bruta imperando sobre la razón humana (…)
Cubanos: hay tirano otra vez, pero habrá otra vez Mellas, Trejos y Guiteras. Hay opresión en la patria, pero habrá algún día, otra vez, libertad”.