Sentado en uno de los butacones preferidos de su casa –uno ubicado muy cerca de las fotos de Fidel y de Raúl que, junto a las condecoraciones y diplomas obtenidos a lo largo de su vida, engalanan de historia su sala– al Héroe de la República de Cuba, coronel (r) Fidencio González Peraza le vienen en tropel a la memoria, los pasajes de aquella porción recóndita de suelo angolano.
Allí, por ocho días, 82 cubanos y más de 800 combatientes de las Fapla derrocharon coraje y resistencia indescriptibles para vencer a la poderosa ofensiva enemiga.
Han transcurrido 40 años de la épica Batalla de Cangamba, y a Peraza (como prefiere que lo llamen), parece no escurrírsele ni un solo detalle de la acción combativa. Precisamente, sobre lo que allí sucedió entre el 2 y el 10 de agosto de 1983, habla ahora con Granma.
–Usted ha sido catalogado como el héroe de Cangamba, pero lo cierto es que antes de la batalla ya tenía su misión cumplida y estaba listo para regresar a la Patria, ¿por qué se quedó?
Yo ya tenía 29 meses de estancia en Angola, y había cumplido mi misión junto a otros 27 subordinados míos, pero debíamos retornar en un avión y decidí no irme así, porque consideraba que en ese momento era más riesgoso para mí y para mis compañeros montarnos en un avión que quedarnos allí a esperar que la situación mejorara.
Eso no pasó. Fue todo lo contrario. El enemigo arreció más su agresión contra la posición nuestra y después vino la batalla.
–¿Cómo se organizó la resistencia frente a un enemigo muy superior en hombres y armamentos?
La correlación de fuerzas era realmente desfavorable para nosotros, porque las tropas del enemigo superaban los 3 000 hombres, en cambio nosotros, físicamente, solo éramos 82 cubanos junto a los más de 800 angolanos que combatían por las Fapla; es decir, que entre todos no llegábamos a mil hombres.
«Tampoco contábamos con artillería pesada, y ellos sí. Incluso, lo que teníamos allí eran tres piezas de mortero 32 con una pequeña reserva de municiones, pues el asedio artillero había empezado meses antes.
«Por ello lo primero fue hacer un reconocimiento del terreno, y a partir de ahí comenzamos a desarrollar trabajos ingenieros que en la práctica demostraron su efectividad porque soportaron los embates fuertes de la artillería enemiga. En ese sentido, nosotros llegamos a construir 22 refugios, y en cada uno de ellos se protegieron entre cuatro y seis compañeros.
«También hicimos refugios para guardar la técnica, los víveres, e incluso hasta la leña con la que íbamos a cocinar. Todo era con la técnica bajo tierra. Luego hicimos un refugio que sinceramente nunca pensamos que terminaría utilizándose como resguardo de nuestros caídos en combate, lo que permitió que no se perdiera ni un solo cuerpo. En total los cubanos tuvimos 30 heridos y 17 muertos.
«Además, fue clave en la resistencia el apoyo permanente que desde Cuba recibimos de la dirección de la Revolución, con el Comandante en Jefe al frente; el posterior envío de refuerzos y la participación de los pilotos de combate y las tropas de Destino Especial, que debilitaron el cerco enemigo».
–Cangamba, según ha dicho, fue un infierno, ¿por qué?
He dicho en varias ocasiones que aquello fue un infierno, en principio, por la intensidad del fuego de artillería que el enemigo realizó dos meses antes de la batalla, y luego durante los ocho días de intenso combate, en los que prácticamente las 24 horas de cada jornada eran una preparación artillera sistemática. No había oído que resistiera aquellas explosiones. Todavía no sé cómo lo logramos.
«Para tener una idea de la intensidad del asedio enemigo, basta con decir que de los 22 refugios que construimos 20 fueron destruidos por el fuego de la artillería, unido al lanzamiento de granadas y morteros contra una posición tan pequeña como la nuestra, de apenas unos 80 metros de ancho por unos 120 metros de longitud.
«Eso provocó, por ejemplo, que en un refugio cuatro compañeros quedaran sepultados, aunque tres de ellos lograron sobrevivir, mientras que en mi puesto de mando cayó una granada de alto calibre que mató a cuatro compañeros e hirió a otro gravemente».
–Sin embargo, en ningún momento se pensó en la rendición…
Enfrentarse a una situación tan compleja como aquella era algo que nadie imaginó, pero yo valoraba la heroicidad de cada uno de nuestros combatientes, muchos de ellos muchachos jóvenes y otros reservistas, quienes nunca pensaron en rendirse, a pesar de las condiciones extremas en las que llegamos a estar por la falta de agua y de comida.
«Allí caía un hombre combatiendo, y a pesar del dolor, el resto era pa’lante y pa’lante todo el tiempo, con una valentía y un patriotismo admirables. A otros los herían y seguían en la trinchera. Y a mí no se me acercó nunca ningún compañero con una propuesta de rendirse. Claro, también nos precedía una historia que teníamos que honrar».
–En ese empeño de no claudicar también hay una frase que refleja la heroicidad de cubanos y angolanos: «Mandarinas para resistir».
–El enemigo impedía totalmente que nos llegaran los abastecimientos por aire o por tierra. Fue tan radical esa situación que tuvimos que redistribuir inicialmente lo poco que nos quedaba a una comida al día, pero cerca del quinto día de la batalla nos quedamos sin nada.
«Y días antes lo que habíamos comido era un puñito de arroz crudo en una mano y un puñito de azúcar en la otra, una vez al día. También nos comimos dos plantones de plátano burro y después, cuando nos quedamos hasta sin agua, masticábamos papel para segregar saliva.
«Hubo otra opción que fue protagonizada por los angolanos: ir a una pequeña ciénaga en la que no corría agua, sino fango. Se hacía de noche e iban en composición hasta de una escuadra, pasando por dentro de las tropas enemigas, y siempre tenían bajas en el trayecto. Era una acción muy peligrosa y nunca quisieron que los cubanos corriéramos ese riesgo.
«Al regresar con el fango, este se colaba con una gasa y las gotas de agua sucia que se obtenían se repartían priorizando a los enfermos en una chapita de cantimplora.
«Por otra parte, allí había una mata de mandarinas que nadie tocaba, ni las que se caían al suelo, porque se repartían equitativamente, y por eso decíamos que las mandarinas nos ayudaron a resistir».
–¿Qué significó, en medio del combate, recibir la carta de Fidel?
La carta llegó el 7 de agosto, pero como se sabe, la misiva original no llegó a nuestras manos porque fue capturada por el enemigo junto a otros recursos. Ellos estaban muy cerca de nosotros, a menos de 20 metros, y muchos de los víveres que intentaban suministrarnos se perdían.
«No obstante, por radio recibimos la carta por partes. Y por la importancia que sabíamos que tenía decidimos formar tres grupos con los compañeros más capaces para que hicieran una carta que pudiera parecerse en cierta medida a lo que Fidel nos había convocado, y dijimos que la que mejor contenido tuviera sería la que se leería.
«Hubo compañeros que lloraron cuando se le dio lectura en el puesto de mando. Luego se reprodujo en tres ejemplares, con el propósito de que se leyera hombre a hombre, en su puesto de combate. Aquello fue increíble, levantó el ánimo de la tropa y el espíritu combativo en medio de las más adversas circunstancias».
–Lo más difícil…
Allí yo era el jefe, pero además era el padre y la madre de esos muchachos. Ellos me tenían mucho respeto y por eso cada muerte para mí era como perder un hijo.
«En dos ocasiones salí a combatir –porque mis compañeros no me dejaban, me preservaban para dirigir las acciones-, y en la segunda había perdido a ocho de mis muchachos, más 12 heridos. Fue el sexto día de combate. En ese momento ya estaba decidido a ser un muerto o un herido más.
«Pero cuando salí, a cinco metros me encontré a un compañero que le había caído una granada de mortero y yo no tenía fuerzas para saltar por encima del cadáver. Entonces con un cuidado extremo coloqué el pie cerca del hombro, y fui a combatir. Eso me marcó. Fue muy duro».
–¿Cómo se llegó a la victoria?
Fueron varios los factores que incidieron en la victoria: la preparación política-ideológica de los cubanos, los trabajos ingenieros, la racionalización de los alimentos y de las municiones (porque allí el empleo del armamento era tiro a tiro, no se hacía en ráfagas) y, por supuesto, el papel desempeñado por los combatientes de las Fapla, con quienes compartimos las trincheras, el hambre, la sed, la sangre y el dolor. Allí logramos hablar un solo idioma, el de los revolucionarios.
–Cuarenta años después, la Batalla de Cangamba sigue siendo un hito militar, que marcó pautas en la guerra librada por Angola, y un símbolo de la resistencia heroica de los cubanos…
Para validar esa afirmación hay que acudir al fragmento de la carta del Comandante que dice: «Que Cangamba sea un símbolo imperecedero del valor de los cubanos y angolanos; que Cangamba sea ejemplo de que la sangre de angolanos y cubanos derramada por la libertad y dignidad de África no ha sido en vano». Y eso lo cumplimos.