Henry Reeve: en el corazón de los cubanos

¿Los vítores no oís? El pueblo arrebatado del triunfo la guirnalda a un joven le ciñó; al joven extranjero de espíritu elevado que a Cuba en la gran lucha el abrazo le ofreció. Ramón Roa

Henry Reeve. Ilustración: PerlaVisión

Por: Magda Resik Aguirre

Los versos que he tomado para iniciar este proemio a un libro imprescindible, si se quiere comprender la historia cubana, fueron declamados a fines del siglo xix por los combatientes en la manigua y por los criollos independentistas en las ciudades y poblados de Cuba. La dulzura conmovedora del poema tradujo el dolor y la conmoción tras la pérdida de uno de los hombres más queridos del Ejército Libertador: el brigadier Henry Reeve, apodado con afecto el Inglesito pero natural de Brooklyn, en Estados Unidos.

El romance fue escrito por Ramón Roa, a quien su nieto Raúl Roa, canciller de nuestro país desde 1959 y hasta 1976, describió como «un mambí de pluma y machete», que «nació rico, peleó por la independencia de Cuba y murió pobre». Y prosigue en su descripción:

(…) Era un hombre del 68 (…) y ya en plena lidia conquistó la confianza, el afecto, la estima de Ignacio Agramonte, Máximo Gómez, Antonio Maceo, Calixto García y Julio y Manuel Sanguily. Figuró en las principales acciones de la guerra grande. Hizo versos, redactó arengas, compuso proclamas, refrendó decretos, propagó la causa. Durante diez años de hazañosa brega disputó, a la par, con la pluma y el machete, respaldando bizarramente sus dichos con sus hechos. (1)

En junio de 1877, diez meses después del deceso del brigadier Reeve, el abuelo Roa se refirió a su bravura y madera de héroe en una misiva enviada desde Cuba hacia Nueva York, cuyo destinatario fue su amigo cubano Luis Quintero:

(…) Adornado de cicatrices, inválido de una pierna, a consecuencia de la gravísima herida que recibió en el ataque a Santa Cruz y que le imposibilitaba el andar sin un aparato, que no le permitía mucho trecho, ofrecía a la admiración y simpatía de todos una incansable actividad y una fuerza de voluntad extraordinaria (…). Reunía además cualidades de honradez, inteligencia y amabilidad, que hacían quererle y extrañarle en su ausencia (…). Cuba ha perdido un hijo adoptivo, según su propia frase, que había derramado generosamente su sangre por la felicidad de ella; de cada uno de nosotros un hermano inolvidable, cuya memoria honraremos siempre.

El diario de operaciones del brigadier del Ejército Libertador Henry M. Reeve, que contempla las acciones de combate emprendidas entre el 12 de agosto de 1872 y el 30 de abril de 1875, permaneció a buen recaudo en el Archivo Histórico de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana (OHCH), hasta concluirse el minucioso estudio realizado por uno de sus acuciosos investigadores: Alexis Placencia Padrón. Así se cumplió la encomienda del otrora Historiador de la Ciudad de La Habana, Eusebio Leal Spengler, de transcribir no solo para los especialistas e historiadores, sino para el público en general, cada una de las valiosas anotaciones del mambí estadounidense. Leal admiró y reverenció la figura eminente de Reeve y consiguió atesorar y legarnos, en nombre de Cuba, este diario, prueba de la minuciosidad en la preparación combativa de un hombre impetuoso y osado que, en su asombrosa juventud y corta vida -murió con 26 años-, transitó con rapidez por los rangos de sargento (1869), teniente (1869), capitán (1870), comandante (1872), teniente coronel (1873), coronel (julio de 1873) y en pocos meses general de brigada (diciembre de 1873).

De la admiración del pueblo cubano y el mambisado por la personalidad de Reeve hablan los textos que podrán apreciar en este libro. El primero nace de una intervención pública del Doctor Eusebio Leal durante los homenajes rendidos al Inglesito, en el sitio donde decidió quitarse la vida antes de entregarse al ejército contendiente español. Es una descripción hermosa, despojada de tecnicismos históricos, pero que prueba el profundo conocimiento del historiador sobre la figura de un hombre al cual admiró y colocó en el parnaso de sus héroes venerados.

Presentan libro, El Brigadier Henry Reeve. Foto: Abel Padrón Padilla/ Cubadebate.

Por su parte, René González Barrios aporta el necesario referente contextual y nos deslumbra con su conocimiento del periodo insurreccional y de la participación notable de estadounidenses en las luchas por la independencia cubana. Su aproximación a ese aporte norteño a la consecución de los ideales emancipadores en Cuba se nos antoja extraña paradoja que refrenda la certeza de que Cuba tuvo, tiene y tendrá grandes y sacrificados amigos en Estados Unidos. Entre ellos no faltan los que entregaron sus vidas, los que aportaron grandes cuantías monetarias para la causa, los que recibieron a compatriotas en ese territorio y le apoyaron en sus ideales.

No olvidemos que el presbítero Félix Varela y Morales vivió sus últimos años en ese país cuyos gobiernos nunca acallaron las apetencias por despojar a Cuba del poder colonial español para poseerla económicamente y arrodillarla en su voluntad libertaria. Había llegado desde Gibraltar el 15 de diciembre de 1823, en un barco que atracó en el muelle South Street de Nueva York. (3)

Escapó así de la condena a muerte por intentar defender, en su condición de diputado ante las Cortes de España, sus ideales antiesclavistas e independentistas. La restitución del rey Fernando VII y los partidarios del absolutismo impidieron su permanencia en la península y también su regreso a la colonia dilecta en el Nuevo Mundo. Murió sin saborear la libertad, en el exilio estadounidense.

Con Leal visitamos la tumba del padre Varela en el Cementerio de Tolomato, en San Agustín de La Florida (4), rastreamos sus huellas en el antiguo pueblo español, entramos a la primera escuelita pública de madera, todavía en pie, que resguarda un busto de José Martí junto a la bandera de la estrella solitaria. En la catedral, la estatua en bronce del sacerdote que deseó para Cuba verla «tan isla en lo político como lo es en la naturaleza» (5) nos corroboró esa entraña amorosa hacia nuestro país del pueblo estadounidense.

El recorrido era una pauta obligada. Gracias a Leal conocí de la inevitable peregrinación que debía realizar cualquier patriota si tenía la posibilidad de viajar a San Agustín de La Florida, la ciudad de origen español más antigua en ese territorio. A la tumba del padre Varela había llegado en 1892 José Martí, para rendirle tributo a «aquel patriota entero, que cuando vio incompatible el gobierno de España con el carácter y las necesidades criollas, dijo sin miedo lo que vio, y vino a morir cerca de Cuba, tan cerca de Cuba como pudo».(6)

Martí admiró a todos sus antecesores de virtudes probadas. Mucho escribió en la prensa de su tiempo no solo sobre Varela, también sobre su maestro reverenciado del Colegio El Salvador, José de la Luz y Caballero, a quien definió como «el padre amoroso del alma cubana» (7) cuya imagen colgaba en las casas de los patriotas exiliados en Tampa, Cayo Hueso, y otros sitios de Estados Unidos. Abundan sus descripciones de figuras trascendentales como Carlos Manuel de Céspedes e Ignacio Agramonte, con quien más a gusto se sintió bajo su mando y en el combate, el estadounidense Henry Reeve.

El Mayor y el Inglesito vivían una comunión de ideas y en el combate brillaron juntos. El más famoso, por la estrategia de asalto y la bravura demostrada, fue el conocido como Rescate de Sanguily, que sucedió el 8 de octubre de 1871, al sur de la ciudad de Puerto Príncipe. El ímpetu de los mambises sobre sus caballos en tropel, poco más de una treintena de ellos, sorprendió a la tropa española que los cuadruplicaba en hombres.

La popular hazaña de la denominada Guerra de los Diez Años para rescatar al brigadier Sanguily, donde Reeve desplegó su arrojo, fue descrita por Martí: «(…) cayó sobre la columna Ignacio Agramonte, atravesó por ella a escape con sus treinta hombres, arrancó a Julio Sanguily de la silla de un sargento (…) y a escape tendido rompieron con él por entre el resto de la columna los jinetes rápidos como el instante (…)».(8)

Magda Resik, Directora de Comunicación de la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, durante la presentación del libro, El Brigadier Henry Reeve. Foto: Abel Padrón Padilla/ Cubadebate.

Fue el Inglesito un hombre de fidelidad probada, de valentía y fiereza en el combate, con dotes para el mando y habilidades como estratega militar, profundamente querido por su tropa. Al despedirlo en su paso hacia Las Villas, cuando eligió acercarse al sito de mayor acción combativa, en octubre de 1875, los jefes y oficiales de la primera división del Segundo Cuerpo le escribieron:

General:
Hemos contemplado durante seis años de lucha los nobles y generosos esfuerzos de usted en provecho de la causa que defienden nuestras armas. Hemos admirado siempre la intrepidez y abnegación del joven extranjero que abandonó su patria por combatir por la nuestra.(9)

Reeve es inspiración. Publicar este libro es un acto simbólico y aportador a la cultura y el conocimiento de las relaciones entre los pueblos de Cuba y Estados Unidos. Su consumación expresa la voluntad de compatriotas y de amigos en la nación norteña que consideran absurdas las políticas hostiles del gobierno estadounidense para separarnos en una guerra sin cuartel.

Esperamos que su divulgación sea el punto de partida para conseguir la realización de otro sueño que animan el Centro Fidel Castro Ruz y la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, siguiendo los pasos de su eterno Historiador Eusebio Leal: levantar una estatua del brigadier general Henry Reeve (10) en el barrio neoyorquino de Brooklyn, donde nació y vivió sus primeros años, y otra en esta tierra, en la que se inmoló como si se tratara de la suya.

Reeve está presente en la vida cubana contemporánea, no solo por los monumentos y sitios que llevan su nombre, los libros, artículos periodísticos, sellos postales donde aparece la única imagen que se preserva a modo de ilustración o por el culto que se le rinde en Yaguaramas, el pueblito villaclareño donde decidió quitarse la vida antes de dejarse atrapar por las tropas españolas.

Fidel habla el 19 de septiembre del 2005 a los 1 586 médicos fundadores del Contingente Henry Reeve. Foto: Ricardo López Hevia/ Granma.

El 19 de septiembre de 2005, el Comandante en Jefe de la Revolución cubana Fidel Castro Ruz, eligió el nombre Henry Reeve para señalar la noble misión del Contingente Internacional de Médicos Especializados en Situaciones de Desastres y Graves Epidemias, que anda por el mundo salvando vidas.

Su primera encomienda fue asistir a los damnificados por el azote del huracán Katrina en New Orleans, Estados Unidos. Pero a pesar de las urgencias que se vivían en esa ciudad de Louisiana bañada por el río Mississippi, el gobierno de turno impidió el ingreso de los especialistas a suelo estadounidense.

En el año 2017, durante la 140 Reunión del Consejo Ejecutivo de la Organización Mundial de la Salud (OMS) fue otorgado, por unanimidad, a la brigada médica Henry Reeve el Premio de Salud Pública en Memoria del Doctor Lee Jong-wook, director de la OMS desde 2003 hasta 2006.

Cuba hoy, con más de 24 mil colaboradores, recorre el mundo el mundo salvando a seres humanos que de otro modo no hallarían posibilidades de asistencia sanitaria; devuelve la vista a miles de personas; previene enfermedades; consuela y redime a quienes estaban fuera de los planes de atención por sus escasos recursos económicos; rescata a los que quedan vulnerables tras un terremoto o un huracán. Más de 2,300 millones de personas de 165 países han sido atendidas por los médicos cubanos. Se trata de un ejercicio solidario que surgió poco después del triunfo de la Revolución, en mayo de 1963, cuando la primera brigada médica internacionalista llegó a Argelia, en el continente africano.

El propio Fidel Castro, en 1988, dejó bien claros los preceptos que animaron siempre a la Cuba que se entrega a otros pueblos, como Henry Reeve y otros combatientes estadounidenses lo hicieron por nuestra independencia: «(…) ser internacionalistas es saldar nuestra propia deuda con la humanidad. Quien no sea capaz de luchar por otros, no será nunca suficientemente capaz de luchar por sí mismo». (11)

La gratitud es de las más hermosas virtudes humanas. Y los cubanos hemos sabido practicarla con denuedo. Por eso siempre serán pocas las obras de amor para recordar a los amigos estadounidenses que han dado pruebas de sacrificio por nuestra independencia. Como si se nos conociera en nuestra naturaleza, al publicar el diario La verdad, en Nueva York, la noticia del deceso de Henry Reeve, el 23 de septiembre de 1876, se decía:

«Mientras la patria no pueda levantarle un monumento imperecedero a su gloria, lo llevará de seguro en el corazón de todos los cubanos». (12) Al héroe de Yaguaramas no le faltará nunca ni lo uno, ni lo otro.

Cubadebate

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