Hermanados por el regazo de la Patria

José Martí, indiscutiblemente bebió de fuentes teóricas, de importantes eruditos de su época y de la que le precedieron, y del ejemplo de muchos de sus predecesores, entre estos, Carlos Manuel de Céspedes y del Castillo, el Padre de la Patria, quién cayera en combate este 27 de febrero, hace 150 años.

José Martí, indiscutiblemente bebió de fuentes teóricas, de importantes eruditos de su época y de la que le precedieron, y del ejemplo de muchos de sus predecesores, entre estos, Carlos Manuel de Céspedes y del Castillo, el Padre de la Patria, quién cayera en combate este 27 de febrero, hace 150 años.

Ayer precisamente mientras se inauguraba una exposición en la casa natal del Padre de la Patria, en Bayamo, con motivo del aniversario 150 de su caída en combate, escuché a Ana Mola Rodríguez, fundadora de esta institución museológica, decir que para que hubiera un Martí, primero tuvo que haber un Carlos Manuel de Céspedes, una forma muy suya de resumir cuánto caló el bayamés en el ideario del Héroe Nacional cubano.

Céspedes fue el iniciador de la gesta independentista cuando el 10 de octubre de 1868, en su ingenio Demajagua llamó a sus esclavos, les concedió la libertad y los instó a que lo secundaran en la realización de acciones combativas contra las fuerzas españolas.

Llegó a ser el Presidente de la República en Armas y también se ganó el calificativo de Padre de la Patria cuando se mantuvo firme ante el chantaje que las autoridades españolas pretendieron hacerle con respecto a que no fusilarían a su hijo Oscar, si él deponía las armas.

No fueron pocas las apreciaciones que Martí hiciera acerca de Carlos Manuel de Céspedes, aunque no conociera personalmente a este relevante luchador independentista.

En un trabajo que publicó el 10 de octubre de 1888 en El Avisador Cubano, en Nueva York, Martí hizo referencia con particular orgullo a dos de estos luchadores independentistas, Céspedes y Agramonte: “De Céspedes el ímpetu, y de Agramonte la virtud. Él uno es como el volcán, que viene tremendo e imperfecto, de las entrañas de la tierra; y el otro es como el espacio azul que lo corona.”

Martí precisó que de Céspedes el arrebato y de Agramonte la purificación, y seguidamente detalló: “Él uno desafía con autoridad como de rey; y con fuerza como de la luz.”

La vida se encargaría de hermanar a estos hombres y hacerlos caminar por sendas similares aunque sus vidas no se cruzaron físicamente. Sobre este tema, profundiza el historiador Miguel Antonio Muñoz López, en su artículo “Céspedes y Martí: semejanzas que no son coincidencias”, publicado en la revista Amor, de la sociedad cultural José Martí, en su edición 38 de 2013, y en el cual expone algunos puntos de contacto entre ambos próceres de nuestra independencia.

“Efectivamente, antes que Martí, Céspedes fue el primer patriota cubano que diseñó un proyecto político revolucionario tendiente a transformar la estructura socioeconómica de la isla de Cuba, terminando de una vez y para siempre la inicua sujeción política de la colonia a su metrópoli.

“En uno de los fragmentos del glorioso Manifiesto de La Demajagua, acota: (…) creemos que todos los hombres somos hermanos, amamos la tolerancia, el orden y la justicia en todas las materias (…) deseamos la emancipación gradual y bajo indemnización de la esclavitud, el libre cambio con las naciones amigas(…); la representación nacional para decretar las leyes e impuestos; y en general, demandamos la religiosa observancia de los derechos imprescriptibles del hombre, constituyéndonos en nación independiente.

Ambos próceres independentistas, Céspedes y Martí, declaran que inician la guerra contra España por no tener otra salida, debido a la negativa tajante de la Corona hispánica a conceder al pueblo de Cuba sus derechos inalienables y al estado de deterioro económico y corrupción moral en que el sistema de explotación colonialista tenía sumido al país.

Una nobleza singular embarga a estos hombres, hechos del pelo al pie, con una ética y una preocupación por el bienestar de sus semejantes, aferrados al restablecimiento de su Patria. Ambos líderes destacan por el espíritu profundamente democrático y su absoluta identificación con los anhelos de la mayoría del pueblo cubano.

“Durante el tiempo en que Céspedes estuvo al frente del gobierno de la República en Armas, dio sobradas muestras de su radical posición antirracista tanto en su política constante de ascenso a altos grados militares de combatientes negros y mulatos como la derogación del extraño reglamento de consignaciones forzosas a libertos promulgado por la Cámara de Representantes.

“Luego de su deposición en Bijagual el 27 de octubre de 1873 cuando fue según sus propias palabras elevado a la envidiable condición de ciudadano, su trato cercano y cordial con los negros y mulatos fue la mejor evidencia de su acendrado sentimiento humanista”, apunta Muñoz López.

Martí también refleja apego a la integración racial tanto en su producción literaria como en su intensa labor educativa y política, ejemplo de esto es su artículo Mi raza, publicado por el periódico Patria, en Nueva York el 16 de abril de 1893. (…) el hombre no tiene ningún derecho especial porque pertenezca a una raza u otra dígase hombre y ya se dicen todos los derechos”.

“Pero también en su vida social y familiar mostró Martí un total de prejuicio hacia los negros y mestizos, a quienes honró con su amistad y confianza plenas, tal fueron tales fueron los casos de Juan Gualberto Gómez y del general José Maceo, el León de Oriente, que estuvieron entre los colaboradores más cercanos del apóstol durante la preparación de la guerra necesaria.

“Martí y Céspedes afrontaron siendo muy jóvenes la oposición de sus respectivos padres a sus concesiones políticas, lo que conllevó en los dos casos a fuertes rupturas afectivas dentro de la familia.

“El padre del hombre de La Demajagua, Jesús María de Céspedes y Luque o “Don Chucho”, como se le conocía popularmente, era oficial de milicias españolas en Bayamo, y aunque nacido en suelo cubano siempre fue un integrista furibundo amante de la realeza hispánica y sus pompas dominadoras al despuntar el primogénito como partidario de las ideas liberales y separatistas.

“Es lógico pensar que surgieron conflictos entre padres e hijos según el prestigioso historiador José Maceo Verdecia, al fallecer Don Chucho en 1855, solo dejó a su primogénito una pequeña parte de la cuantiosa fortuna amasada por la familia a pesar de que por ley y por costumbre le correspondía precisamente a Carlos Manuel la porción más grande de esta”, acota Muñoz López.

Otro parecido escalofriante entre ambos próceres está en las peripecias y destinos finales de sus respectivos cadáveres el itinerario seguido por sus mortales despojos y que en el caso de Céspedes, su cuerpo sufrió tres enterramientos distintos:
“La primera inhumación se produjo el día 2 de marzo de 1874 y en ella participaron varios patriotas santiagueros comprometidos con la causa de la independencia, entre ellos Calixto Costa Nariño quien marcó el lugar con una piedra para evitar que se perdiera su recuerdo tal y como pretendían las autoridades españolas se encontraba ubicado en la fosa común número 2 Cuartón G del cementerio general de Santa y Ifigenia, en Santiago de Cuba.

“La segunda inhumación fue efectuada en la noche del 25 de marzo de 1879. En ella participaron Calixto Costa Nariño protagonista también del primer enterramiento junto otros de sus hermanos y un esclavo llamado José Caridad Díaz que era celador del cementerio y fue el primero en reconocer los nobles huesos del prócer al extraerlos de la tumba original.

“Antiguamente la fosa estaba emplazada en el lote número 103 tramo B de la santiaguera necrópolis de Santa y Ifigenia finalmente gracias a los buenos oficios de Don Emilio Bacardí Moreau y a la contribución solidaria de todo el pueblo, sus restos fueron trasladados hacia el mausoleo marmóreo que hoy ocupan en el año 1910”, precisó Muñoz López en su artículo, puesto a buen recaudo en el Archivo Histórico provincial.

La vida se encargó de imprimir similares destinos en estos próceres cubanos, lideres por naturaleza, amantes de las letras, de porte culto y refinado; estadistas y pensadores que marcharon luz en un tiempo en que la ignominia reinaba.

Recorrieron caminos cargados de espinas más que de rosas, alentados por sus convicciones, teniendo por mayor de todas, la emancipación.

Anaisis Hidalgo

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