Alexei Olivera, “ganadero de pura cepa”

“La vida mía es la ganadería. Se me quita el sueño si me paso dos días sin ir, porque me enfermo o algo, y más que por la enfermedad, son dos malas noches por la añoranza”.

Por Denia Fleitas Rosales

A cincuenta años de vida y de vínculo permanente con ese ejercicio montuno, la pasión  del manzanillero Alexei Olivera Ramírez brota entre sus palabras.

“Es una obra de amor, porque esos animales llega un tiempo que te conocen, te comprenden y uno a ellos, les sientes como parte de casa”.

Es Olivera Ramírez lo que llamamos “un ganadero de pura cepa, descendiente incluso de ganaderos, por lo que lo llevo en la sangre; es tradición y herencia”.

Su consagración y voluntad de trabajo convirtieron en una masa hoy superior a las 300 cabezas de ganado aquellas primeras vaquitas que le regalara su abuelo José Manuel Ramírez Cuba, de cuya sabiduría acumulada en 96 años continúa  aprendiendo.

Y para honra de este padre, la eficiencia en la producción por encima de 30 mil litros de leche y de nueve toneladas de carne hasta octubre, que superan con creces las cifras de entrega pactadas con las industrias láctea y cárnica para el año, le afianza como ejemplo entre los agropecuarios  del municipio de Manzanillo.

Llegar a estos niveles, en medio de circunstancias complejas, requiere, afirma, “de esfuerzo, y respeto por el obrero, porque sin su apoyo sería imposible sacar 170 litros diarios de leche, pastorear y cuidar el ganado que hoy nada para poder comer” en la finca Jutía, ubicada en las cercanías del manglar, a 15 kilómetros de la ciudad del Golfo de Guacanayabo.

“También, supone un manejo responsable del animal, que es agradecido y necesita del rigor y estricto cumplimiento de sus horarios de pasto, de metabolización. Ellos producen leche, carne, pero hay que comprenderlos y cuidarlos”.

Tratarlos con afecto,  dice, es carta de triunfo. “Yo sé el carácter de cada una desde chiquita,  y la rebelde que lo refleja desde temprano la llamo por su nombre, la mimo hasta que cede. Yo les tengo mucho cariño,  y me han mandado obreros al hospital. Sin embargo, a mí ni un golpe y con mi voz se están tranquilas”.

La hazaña que protagoniza junto a sus seis obreros, a escasos 200 metros de la costa,  es loable. “Si yo gano, ellos ganan. Gana mi familia que es ganadera, mi economía y la del municipio, la de ellos y el pueblo que consume cada alimento”.

Los principios son el mérito mayor de Alexei, más que la condición de Vanguardia Nacional por dos años consecutivos. Lo patentiza cuando asegura: “Para mí, son más válidos los planes morales que hago conmigo mismo, que los contraídos firmando un papel.

“La ganadería no tiene sábado ni domingo, se hace bajo ciclón, en carnavales; hay que aprender a hacerlo todo con ellas, incluso coger una vena, hacerle un parto. Últimamente, hasta ortopédicos somos un tío y yo, porque adoptamos alternativas y cuando se parten una pata las inmovilizamos y no hay que sacrificarlas; de esa forma hemos salvado cuatro”.

Su historia cuenta la de un hombre apegado a la montura de un caballo y el lazo en mano, de una voz que clama por terneros y novillas, del sudor que se transforma en cientos de litros por ordeño.

Devolver  mil 500 cabezas de ganado que una vez habitaron las 27 caballerías de tierra donde se alimentan sus reses en Manzanillo, una porción de la Unidad empresarial de base integral agropecuaria y 14 de su familia, sigue entre sus metas.

“Lo que queda es trabajar. El ganado está y se reproduce. Lo demás le toca al hombre, así que, todo lo que podamos hacer por este pedacito de tierra, hagámoslo”.

La imagen desde las botas al sobrero confirma su pedigrí. “Mientras tenga fuerzas voy a seguir en la ganadería, no la abandono jamás”.

La Demajagua

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