Ese hecho, sin precedentes en la nación, subyugada por la metrópoli reforzó la decisión de los mambises que luchaban desde el 10 de octubre de 1868 bajo el mando de su paisano Carlos Manuel de Céspedes, de seguir combatiendo a cualquier precio.
El grito de ¡Independencia o muerte! dado por el patricio bayamés, más tarde Padre de la Patria, al liberar a sus esclavos en su ingenio Demajagua, no era en vano y no iba a entregar su villa libre al invasor Blas de Villate, conde de Valmaseda, quien encabezaba una tropa de dos mil 700 soldados muy bien armados que antes de acercarse a la urbe en rebeldía venía arrasando y sembrando el camino de víctimas entre los campesinos sospechosos de ser insurrectos.
La localidad, tomada por los independentistas cubanos el 20 de octubre, había nacido para Cuba, libre como su Sol. La forja de la nacionalidad cubana hervía fragorosa entre sus ciudadanos.
El día histórico de la toma emancipadora de Bayamo cristalizó finalmente el canto que sería el Himno Nacional, al ser entonado por un pueblo vibrante y victorioso, luego de que su autor, Perucho Figueredo, uniera letra y música cabalgando dentro de la muchedumbre.
La dramática decisión de quemar su cuna y su ciudad tuvo que ser terrible y dolorosa. Aun así, unos versos de entonces, incorporados a la letra de la otra Bayamesa, la dedicada a la patriota Luz Vázquez y Moreno, hablan claro del alma intrépida y patriótica de los cubanos que estaban naciendo telúricamente como pueblo en aquel suelo.
“Te quemaron tus hijos, no hay queja dicen los versos.
Que más vale morir con honor que servir al tirano opresor, que el derecho nos quiere usurpar”.
La noche de la víspera del 12 de enero, ante los informes de los emisarios mambises del poderío que se les venía encima, sus habitantes, pobres y ricos, decidieron el acto sublime de la quema.
Dicen que el incendio iniciado en la vivienda de patriotas de apellido Maceo Osorio, en una parte céntrica, avanzó rápidamente.
El resultado fue devastador: más de 10 mil bayameses, entre ellos niños, mujeres y ancianos marcharon a como diera lugar, sin pertenencias, a refugiarse en los montes. Allí, a la intemperie, padecieron hambre, frío, enfermedad y hasta la muerte. También bajo esas condiciones se siguió luchando por la libertad.
Solo quedaron más o menos en pie o sin derribar unos 160 inmuebles de unas mil grandes y bellas estructuras que incluían iglesias, edificios administrativos y mansiones.
Al contrario de las mentes y corazones, la memoria gráfica se perdió al calcinarse la papelería oficial, las edificaciones públicas y templos, las fotos y pertenencias útiles y entrañables de cientos de familias.
La humareda oscura se mezclaba con la siniestra luz crepitante y dorada de las llamas, y contaron testigos que una bandada enloquecida de palomas, moradoras de viejas torres o patios, sobrevolaban constantemente buscando sus nidos o a sus pichones.
Tal ofrenda y sacrificio de sus hijos reforzó en Bayamo su condición de tierra sagrada y luego, con el paso del tiempo, fue la primera ciudad declarada Monumento Nacional.
Los restos de un lugar derruido y humeante en medio de tizones ardientes y derrumbes encontró el Conde de Valmaseda cuando entró en la localidad furioso y vengativo, llevando al suplicio a los que pudo capturar allí en ese momento o después, como fue el caso de la jovencita Adriana del Castillo, hija de patriotas, atrapada en la húmeda manigua bajo los temblores del tifus, que la mató a los 16 años.
Incluso casi agonizando la valiente cubana se negó a ser tratada por un médico español y murió cantando el Himno Nacional, de acuerdo con la historia.
Tiempo después, Perucho Figueredo, quien había alcanzado los grados de General del Ejército Libertador, también fue apresado por los peninsulares, llevado a una mazmorra de Santiago de Cuba y fusilado, tras humillarlo cuando se encontraba muy enfermo y sin poder defenderse.
Bayamo había sido muy próspera, aun en las limitadas condiciones que imperaban bajo el colonialismo, debido al trabajo decisivo de los esclavos, no reconocidos como seres humanos.
Aun los terratenientes y ricos, criollos descendientes de los hispanos, carecían de los derechos de sus similares peninsulares y debían obedecer sin chistar.
Venida a menos como metrópoli, con métodos semifeudales, España, por despotismo y situación interna, estaba lejos de ofrecer la solución a los problemas crecientes a los hijos de esa tierra insigne y de toda Cuba.
La bella ciudad suroriental se convirtió a partir de los años 50 del siglo XIX, y con mayor fuerza en los 60, en plaza de activa conspiración política, emancipadora y revolucionaria.
Francisco Vicente Aguilera, Carlos Manuel de Céspedes, Pedro Figueredo, Francisco Maceo Osorio y Donato Mármol, encabezaban esa legión de hombres preclaros que hoy forman parte, junto a otros, de los padres fundadores de la nación.
Hoy, a tantos años, la memoria y el fuego de Bayamo no se apagan. Son fulgores que iluminan la vida nueva que se construye desde el Primero de Enero de 1959, en una ciudad que renacida quiere contribuir decisivamente al avance y desarrollo de su Patria.
¡Honor y gloria a Bayamo! (Marta Gómez Ferrals, ACN)