Naibis no produce arroz de consumo directo, sino semilla certificada en categoría C2, que luego se destina a los campos de consumo en cooperativas y otros productores.
Su área actual de trabajo ronda las 40,3 hectáreas, donde siembra la variedad Inca LP18 a razón de 120 kilogramos por hectárea, con rendimientos que en la última campaña alcanzaron las 5,62 toneladas por hectárea y unas 240 toneladas entregadas al secadero como arroz cáscara para semilla.
Su plan para la nueva campaña 2025-2026 es entregar 5,4 toneladas por hectárea, alrededor de 217,64 toneladas, aspirando incluso a superar esos resultados gracias a un mejor acceso a fertilizantes como la urea y el potasio.
Con una vida ligada a la tierra Naibis se define como productora, pero en la práctica asume el papel de administradora, económica, fitotécnica y agropecuaria de su propio campo.
Cada decisión sobre el agua, el momento de fangueo, la calidad de la preparación de tierra o el manejo de la semilla pasa por su mirada, porque sabe que el arroz tiene dos momentos críticos: la siembra, cuando se juega la germinación, y la cosecha, cuando debe proteger el fruto del trabajo frente a plagas y hasta robos.
Esa responsabilidad continua se traduce en jornadas de 6 de la mañana a 12 de la noche durante unos 130 días sin descanso, lo que evidencia su derecho a un trabajo digno, pero también la carga física y emocional que asume para garantizar la alimentación de otros.
Ser mujer en un rol de alta responsabilidad como la producción arrocera no es común. Naibis coordina a un grupo de trabajadores, exige experiencia en cada puesto y supervisa personalmente lo que se hace en el campo, convencida de que “el ojo del amo engorda el caballo”. Ese liderazgo femenino en un entorno rudo habla de su derecho a la igualdad de oportunidades y al reconocimiento de su aporte, rompiendo estereotipos de género y demostrando que las mujeres pueden y deben ocupar espacios claves en la seguridad alimentaria del país.
Recientemente fue afectada por el paso del ciclón Melissa y las inundaciones posteriores, que afectaron severamente su vivienda en Cauto Embarcadero y sus recursos productivos.
“Perdí mil litros de petróleo, pero la empresa me los repuso. La casa se me anegó, tuve que solicitar una prórroga de siete días para poder “limpiar” y recomponer mínimamente su entorno, y aun así retomar la campaña con 16 días de retraso”, un ejemplo de cómo las condiciones climáticas extremas golpean de forma especial a las comunidades rurales y hacen más frágil el ejercicio efectivo de sus derechos económicos y sociales.
Aunque todo el arroz debe entregarse a la industria, ella y su familia han logrado mejorar sus ingresos, comprarse un motor para trasladarse y estimular a sus trabajadores con salario y algo de arroz para consumo, integrando así la dimensión del trabajo digno.
Naibis vive con su esposo —jubilado por enfermedad, pero que la acompaña siempre al campo— y un hijo universitario, lo que añade otra capa a su historia: la del derecho a formar una familia, a la educación para las nuevas generaciones y a la protección social para quienes no pueden trabajar. Con alrededor de 50 años, se mantiene al frente de extensas áreas arroceras, en un contexto de déficit de combustible y escasez de insumos, pero destaca que el Estado respalda a los productores de semilla con combustible para preparación de tierra y cosecha.
Para enfrentar retrasos en créditos y contratos, ella y su familia crean reservas económicas propias y planifican la compra anticipada de insumos, ejerciendo su derecho a emprender y organizar su trabajo, y mostrando cómo la dignidad humana también se construye desde la autonomía, la perseverancia y la participación activa en la economía y la vida comunitaria.




