Por Aldo Daniel Naranjo (Historiador)
Rosa María Castellanos nació en una hacienda próxima a Bayamo, en 1840, sin saberse aún la fecha exacta. La falta de datos precisos sobre este aspecto ha llevado a confusiones sobre el momento en que vino al mundo. Unos han señalado 1830 y otros el 24 de septiembre de 1834.
Sin embargo, ella declaró, en su testamento de mayo de 1907, que contaba con 67 años, lo que marca su nacimiento algunos años después.
Los primeros datos de su biografía, muy dispersa todavía, señalan que vio la luz en barracón de esclavos, envuelta en la mezcla del olor a caña con sangre y ansias de libertad.
Los padres se llamaban Matías Castellanos y Francisca Antonia Castellanos, esclavos de origen africano, los que asumieron los apellidos de los amos.
Tuvo una infancia sin bondades ni muñecas, aprendió desde niña el ajetreo en el campo, a lavar y a cocinar.
En la adolescencia, supo del rudo trabajo en los cañaverales, bajo el sol inclemente y la amenaza de un látigo.
Quienes la conocieron de pequeña cuentan que era alta, fuerte y de hablar suave, pero tenía un temperamento enérgico.
Gustaba de llevar, como único adorno, una flor silvestre en el pelo.
INDEPENDENCIA Y LIBERTAD
Los esclavos de Bayamo vivieron el extraordinario regocijo, inédito hasta ese momento, de la proclamación de la independencia de Cuba, en octubre de 1868, por los hacendados y terratenientes de la región, bajo las divisas de una patria libre y soberana y la abolición de la servidumbre.
De esta forma, la esclava Rosa María Castellanos encontró el camino de su liberación, como ocurrió con cientos de homólogos.
En el caserío de El Dátil residió la joven de 28 años, quien compartía su vida amorosa con José Florentino Varona Estrada, de trayectoria similar.
Pero llegó el difícil trance de prender fuego a la ciudad de Bayamo y al poblado de El Dátil, en enero de 1869, por lo que Rosa María se internó en las montañas de Guisa.
En la ranchería de Las Mantecas, comenzó a desempeñar un papel decisivo en el abastecimiento de alimentos a las fuerzas mambisas y en la cura de los heridos en campaña.
En la guerra aprendió, por intuición y el roce con las plantas, las nociones elementales para aliviar dolores y salvar vidas.
Así se convirtió en enfermera, sin dejar de realizar labores de cocinera y mensajera. En estas faenas ganó la distinción de “La Bayamesa”.
Las dotes de sanitaria las expresó en conjunción con el humanismo, el buen humor y la disciplina; jaraneaba mientras trabajaba, ordenaba e infundía respeto entre todos.
En febrero de 1870, marchó para la región de Las Tunas, con las tropas del mayor general Modesto Díaz, y varias veces se le vio empuñar un fusil para enfrentar a los batallones colonialistas que atacaban a los campamentos insurrectos.
Muy perseguida por tropas españolas, en junio de 1871 se vio precisada a marchar a los campos de Camagüey. Encontró refugio en la Sierra de Najasa, donde fundó un hospital en la cueva conocida como Loma del Polvorín.
Además, fomentó la crianza de gallinas y la siembra de hierbas con propiedades curativas. De las plantas obtenía productos antihemorrágicos, antisépticos y somníferos.
Después de la famosa Batalla de Las Guásimas, librada en marzo de 1874, el mayor general Máximo Gómez fue a visitarla en el rústico hospital de Najasa.
La presentación estuvo cargada de simbolismo, porque el jefe de las fuerzas revolucionarias de Camagüey le dijo: “He venido a conocerte, de nombre ya no hay quien no te conozca por tus nobles acciones y los grandes servicios a la patria”.
Ante estas palabras del bravo guerrero, Rosa María le respondió: “No, general, yo hago bien poca cosa por la Patria. ¿Cómo no voy a cuidar de mis hermanos que pelean?, ¡pobrecitos! Ahí vienen luego que da grima verlos, con cada herida y con cada llaga, ¡y con más hambre, general!”.
Y agregó: “Yo cumplo con mi deber y de ahí no me saca nadie, porque lo que se defiende se defiende, y yo aquí no tengo a ningún majá. ¡El que se cura se va a su batalla y andandito”.
Durante la Guerra de 1895, el general Máximo Gómez, jefe del Ejército Libertador, desde su campamento en Jobo Dulce, Camagüey, mandó a buscar a Rosa La Bayamesa. Después de abrazarla, le pidió que, como había hecho en la Guerra Grande, organizara y dirigiera un hospital de sangre. Para la misión, le orientó que escogiera 12 hombres de su confianza. Pero la valiente bayamesa le manifestó: “General, me basta con dos”.
Prontamente levantó el hospital en Santa Rosa, en las lomas de Najasa, al suroeste de Camagüey, con la ayuda de Juan Francisco Betancourt, Agustín Pacheco y José Soler.
Para la protección del hospital, Rosa María estableció cordones de vigilancia y mantenía listas las armas.
CAPITANA DE SANIDAD ROSA MARÍA CASTELLANOS
El 11de mayo de 1896, el general Máximo Gómez llegó hasta el paraje de Providencia, en la zona de Najasa. Una vez más, la estrechó en sus brazos y elogió los buenos servicios que prestaba a Rosa La Bayamesa a la Revolución.
Cinco meses después, el 10 de noviembre, en La Yaya, el Generalísimo firmó el ascenso de Rosa Castellanos al grado de capitana del Cuerpo de Sanidad Militar del Ejército Libertador.
Frente a su Estado Mayor, el máximo jefe militar cubano realizó la observación siguiente: “Esta mujer abnegada prestó servicios excelentes en la Guerra de los Diez Años, y en la revolución actual, desde sus comienzos ha permanecido al frente de un hospital, en el cual cumple sus deberes de cubana con ejemplar patriotismo.”
Como gran patriota y luchadora por la independencia absoluta de Cuba, La Bayamesa rechazó la grotesca intervención de los Estados Unidos en la lucha del pueblo antillano contra el colonialismo español.
Decidió vivir en la ciudad de Canagüey, junto su esposo, y como vecinos tenía a los buenos amigos de la campaña liberadora. Residía en una casa pequeña, sita en Calle San Isidro, número 22, al este de la urbe.
Estuvo entre los oficiales del Ejército Libertador que en Camagüey rechazaron la paga de 100 pesos a los mambises, financiada con la bochornosa dádiva de tres millones que entregó el Gobierno de los Estados al Generalísimo Máximo Gómez.
La ejemplar combatiente prefirió vivir entre carencias antes que recibir algo de los yanquis. Por eso, siguió en sus labores sociales como comadrona y curando erisipelas y empachos.
Tras el establecimiento de la mediatizada República, instaurada el 20 de mayo de 1902, la capitana mambisa criticó al gobierno de Tomás Estrada Palma, por su servilismo a los Estados Unidos y la entrega de partes del territorio cubano a una potencia extranjera, para establecer bases carboneras y navales.
TESTAMENTO Y MUERTE
Redactó su testamento, a las dos de la tarde, del 4 de septiembre de 1907, ante el abogado y notario José Agustín Socarrás Recio, en la ciudad de Camagüey. Declaró que era soltera y no dejaba sucesión, es decir, no tuvo hijos.
Designó como albacea y heredero universal de sus escasos bienes a Nicolás Guillén Urra, el padre del poeta Nicolás Guillén, además de ser un reconocido veterano y periodista. Este debía encargarse de todo lo relativo al funeral y al entierro.
El pueblo cubano sintió hondo dolor por la muerte de Rosa La Bayamesa, situada, sin discusión, entre los grandes patriotas del país en el siglo XIX.
La noticia de la sensible pérdida apareció publicada en la primera plana del periódico El Camagüeyano, cuyo ejemplar fue enviado a todos los ayuntamientos de la nación.
Con sobrados méritos, el cadáver fue velado en el Salón de sesiones del ayuntamiento de Camagüey, donde permaneció unas 30 horas, debido a la afluencia del público.
El Centro territorial de veteranos de la independencia le ofreció los honores militares que le correspondían como capitana del Ejército Libertador.
En Bayamo, llevan el nombre de Rosa La Bayamesa un reparto, una calle, varios CDR, empresas agropecuarias y cooperativas campesinas.
El 15 de marzo de 2002, en la capital granmense, se inauguró un precioso monumento dedicado a Rosa María Castellanos, con la presencia de Vilma Espín Guillois, la presidenta de la Federación de Mujeres Cubanas.
Al fallecer Rosa La Bayamesa, dejó de latir un pecho para comenzar a palpitar en la conciencia de otras mujeres, que siguieron su impronta de luchas, sacrificios y entrega a la causa justa del pueblo cubano.
En el libro Prosa de prisa, Nicolás Guillén resaltó la imagen de la guerrera: “… divulgar esta clara vida para que Cuba no la ignore; fijar su recuerdo y entregarlo al respeto, al amor a la Patria agradecida que seguramente no ha querido olvidarla”.
También el poeta Manuel Mendoza Guerra le dedicó versos hermosos y justos: “Era negra la espartana, / Era negra y capitana / De aquella ingente legión / Que rendida en el Zanjón / Tocó nuevamente a diana…”