Es lógico pensar que esa hombrada estaría entre las últimas y más heroicas travesías marítimas del prolongado bregar revolucionario de Latinoamérica, donde abundaron los retornos subrepticios de patriotas, para combatir por la libertad.
Alberto Ferrera Herrera, en el libro El Granma: La aventura del siglo, brinda bastante información acerca de los obstáculos que, pese a la magnitud y la diversidad, no pudieron detener a Fidel Castro y sus compañeros.
En los tiempos de la gesta, primaban los criterios de que era imposible sostener, en América, cualquier proyecto contrario a los intereses norteamericanos y derrotar con fuerzas irregulares a un ejército profesional, recuerda el autor.
Téngase en cuenta que, en aquella década, tropas y servicios secretos de Estados Unidos participaron en agresiones a Corea y Costa Rica, la ocupación de Taiwán, el aplastamiento de la insurrección en Puerto Rico y el golpe de estado en Cuba.
También estuvieron involucrados en el derrocamiento del gobierno progresista de Jacobo Arbenz, en Guatemala, y enfrentaron sublevaciones en Perú, Bolivia y Colombia, además de que, en 1956, quedaron reparados y modernizados numerosos navíos de guerra cubanos y aumentó la dotación.
Merecen destaque el nivel de desarrollo de las comunicaciones, el alcance de la marina, la aviación y los cuerpos de espionaje de la tiranía batistiana, todos fortalecidos en grado notable por los yanquis, y los inconvenientes de la navegación en un yate relativamente pequeño y sobrecargado.
Se sabe que fuerzas estadounidenses de mar y tierra ayudaron en el patrullaje encaminado a impedir el desembarco, fundamentalmente en el sureste del archipiélago.
Militares batistianos opinaron que la llegada de Fidel y sus hombres a Cuba sería simultánea con un levantamiento armado en el país y señalaron como fecha más probable del 20 al 27 de noviembre de 1956.
Debido a ello, el día 24 reforzaron, por tercera vez en menos de un mes, el rastreo aéreo en la región oriental, y el 26 una batería de artillería de costa fue trasladada de La Cabaña para Holguín.
Fulgencio Batista y los asesores yanquis conocieron el plan insurreccional, con lógicas imprecisiones; dos o tres días después de la salida del Granma tenían información de sus características y el primero de diciembre sabían hasta el nombre.
Para el éxito de la empresa patriótica, se entrelazaron la osadía y el valor de los revolucionarios, la fuerza de sus convicciones, la táctica acertada de navegar lo más lejos posible de Cuba y la “buena suerte”, esa probabilidad inasible que solo favorece a quienes actúan.
Influyeron, además, la incapacidad de los mandos militares de la tiranía y de sus asesores; la ineficacia de los patrullajes aéreo y marítimo, ambos conocidos y, en alguna medida, penetrados por agentes del movimiento
insurreccional, y la tendencia general de las fuerzas gubernamentales a permanecer en los cuarteles.
Habría que agregar la casi segura actuación de militares opuestos a la sangrienta tiranía proimperialista. Este factor se menciona poco, pero no faltan hechos muy parecidos a indicios de su existencia.
Al enterarse del desembarco, Batista lo calificó como “aventura loca sin importancia” y, semanas después, cuando le preguntaron qué hacer si Fidel fuera capturado vivo, ordenó: “Quémalo, que el aire se lleve sus cenizas y nadie sepa dónde está su tumba. No quiero otro Guiteras”.
Parecería que los asesinos de Ernesto Che Guevara, en Bolivia, habrían escuchado a la hiena caribeña.
Gigante e inmortal es el ejemplo de los titanes del yate Granma; la historia les dio la razón y no podía ser otra la respuesta para quienes, voluntariamente, escogieron la senda de La Demajagua, Bayamo y Baraguá.