Miro las piedras, algunas gigantescas, y entiendo el miedo de Marilennis Almenares
«Después de esto no puedo quedarme aquí con mis dos niños, tengo que mudarme», me dice como si el pecho le pesara una tonelada y apuntando los peñascos que rodaron desde lo alto de la montaña hasta las cercanías de su casa, ubicada en El Vivero, en plena Sierra Maestra.
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